Irina Pino
HAVANA TIMES — El 5 de agosto de 1962 fuiste declarada muerta, se alegaba suicidio por tu largo historial de crisis depresivas. El ícono sexual, la mujer fragmentada entre la soledad y la pérdida, era apenas un cuerpo desnudo, un cuerpo hermoso que se pudría por dentro, como un destino ineludible.
La pose del deseo se convirtió en un cuerpo manipulado, extraño final que dejaba sus cuestionables preguntas, detrás está la historia turbia, que no conocemos –por ahora–.
Tal parece que la adversidad se interpuso y pretendió borrar tu nombre, los personajes oscuros no quisieron que continuaras viviendo, trataron de amordazarte con barbitúricos y alcohol, antes, tus aliados.
Todas tus películas tienen una marca personal, aun siendo difícil trabajar contigo, olvidabas líneas del guión, llegabas con retraso o te ausentabas por enfermedades reales o imaginarias; sin embargo, lo conseguías, y quedaba intacto tu legado.
Tus películas también fueron puertas que te permitieron escapar hacia otro contexto, el ámbito prestado del celuloide, ser otra mujer, más fresca, la criatura gobernada por el glamour y los escenarios suntuosos. Allí no existía el sufrimiento, alcanzabas la libertad que necesitabas, retenías al amor, la atención que buscabas incansablemente.
Se te daba bien la fragilidad, pero no eras tan frágil como proyectabas, con tu fuerza atrapaste lo intangible, un parpadeo, un flash…, que guardan los ojos del que te mira.
Marilyn Monroe, tú importas, no solo por tu belleza, había algo más en tu ambición: la complicidad, las ganas de amistad, complacer. Muchas veces dabas sin recibir, como un regalo que entregabas en silencio.
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