La gente mayor que emigra

Sus vidas han dado un giro de noventa grados

Por Irina Pino

Cubanos de tercera edad en Miami. Foto: theatlantic.com

HAVANA TIMES — Los emigrados que rebasan los cincuenta o sesenta años están expuestos a cambios enormes. Sus vidas han dado un giro de noventa grados, o quizás más. Por eso su desarraigo suele ser como un dolor incurable, aunque las situaciones varían.

Un contexto puede ser bueno, regular o peor, pero siempre implica inseguridades para el futuro, nuevos miedos a enfrentar. Sin embargo, los familiares del que llega al extraño país le prometen una vida rodeada de comodidades materiales.

Es cierto que la perspectiva suele variar, pero ¿por cuánto tiempo?

Hablaré de mi abuela materna, que fue un triste ejemplo: al principio todo resultó alegría, estaba feliz, rodeada de sus hijos y nietos, pero, gradualmente, se convirtió en una carga. Dos de sus hijos, mis tíos, luego que la embullaran a irse del país, no quisieron asumir su cuidado, por lo que mi tía tuvo que tenerla por años en su casa, siendo finalmente internada en un Home, completamente ciega, después de haber sido operada, sin éxito, de cataratas en ambos ojos.

Dicen que hay que emigrar durante la juventud. Y si es en la niñez, será un proceso natural, porque los niños son como esponjas.

No es lo mismo veinte y treinta, cuarenta incluso, pero después de los sesenta años, cuesta emprender proyectos, aunque la inteligencia se mantiene.

He conocido a personas que se arrepienten de haberse ido en su juventud; mi tía Aurora, le confesó a su hermana, mi madre, que lamentaba no haberse quedado con ella en Cuba, pues ahora ella vive en un Home (igual que estuvo mi abuela); no puede caminar, y una gran soledad puebla sus días. A pesar de que sus hijos la visitan a diario, lo impersonal de una institución no puede sustituir el hogar.

Está probado que la salud se resquebraja con la tristeza, y eso es lo que le ha pasado a ella. Sus deseos de vivir se apagan. Ya no tiene un plan.

Mucha gente que se va de Cuba, venden sus casas, sus pertenencias, para poder reunir el dinero de sus papeles, pero a veces la cantidad no cubre el verdadero valor de lo que tenían, la espiritualidad no tiene precio, y las cuatro porquerías, los muebles usados, los objetos, los libros y chucherías, cobran un significado de apego, que nunca es superado por la novedad.

Suelen ser despiadados los hijos, en su afán de cambios hasta se olvidan de que sus padres también tienen sus deseos internos, esquemas y manías, y les cuesta trabajo desprenderse de ellos.

La venta de un inmueble aquí no es una gran suma en un país capitalista, desarrollado, si acaso alcanza para dar una entrada en la compra de una casa, pero el dinero se va como el agua… y de aquella casa de Cuba, por lo menos segura, no quedará nada al final.

Es posible, que algunos de los que lean este post se echen a reír, se burlen, incluso podrán decir que es como un material para una novelita barata y lacrimosa. No obstante, esa realidad ha golpeado a miles de personas. Tengo a una amiga que vendió su casa por 10 mil CUC, un apartamento cerca del mar, en buenas condiciones, y ahora no tiene un dólar de su venta.

Ha trabajado limpiando pisos, y actualmente está de cuidadora de nietos.

Una profesional, con un caudal de conocimiento desperdiciado, una individualidad cercenada, en aras de servir a sus hijos.

Y ella ¿qué? ¿Qué le deparará el futuro en un país que no es el suyo, donde no tiene amigos, un lugar en el que ni siquiera domina el idioma?

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