Irina Echarry
HAVANA TIMES — Estamos en un momento peligroso, el mundo vive días de zozobra a causa de las amenazas bravuconas de presidentes de algunos países y las bombas que Trump lanza como si fueran confetis de cumpleaños.
En Cuba, que muchos ven como un lugar tranquilo donde quisieran vivir si no fuera por sus carencias económicas, tampoco escapamos a los problemas graves. Sí, hay más paz que en otros sitios, claro, porque no estamos en el área abocada al conflicto bélico. Sin embargo, hay tantas situaciones que debieran preocuparnos y ocuparnos, pues repercuten no solo en el presente, sino en el futuro del país.
A pesar de que la Constitución de la República de Cuba deja claro en su capítulo 6to sobre la Igualdad, en el artículo 43° que dice: “El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana, disfruten de la enseñanza en todas las instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las universidades, que son las mismas para todos”.
A pesar de que las universidades de cualquier país deben ser espacios libres para el pensamiento, el debate, la discusión, la base donde se incube el bichito de la crítica no solo a los problemas sociales o políticos, así como también a la crítica personal, esa que tantos beneficios deja.
A pesar de que la mayoría de los jóvenes cubanos están cada vez más apáticos, ignorantes de los conflictos políticos que acontecen en el mundo y, sobre todo, los que se desarrollan en Cuba, cómodamente enajenados con la invasión de las marcas, el regguetón o el arte no politizado.
A pesar de todo, ha sucedido otra vez, ahora en la figura de Karla María Pérez, una muchacha de 18 años que ha sido expulsada de la carrera de Periodismo en la Universidad Central Marta Abreu, de Villa Clara, acusada de pertenecer a una organización contrarrevolucionaria e ilegal
He conocido historias parecidas de jóvenes a los que les frustran su intención de ser sinceros, críticos, de pensar por sí mismos. Lo más triste es cuando los propios estudiantes o colegas de trabajo -que hasta ayer compartían el almuerzo, el café, los chistes, y, a veces, hasta las mismas ideas-, dejan de ser esos conocidos para convertirse en cómplices del poder.
Leyendo el comunicado de la FEU, que respalda la expulsión, sentí espanto de que a estas alturas algún joven se crea un discurso semejante. Es totalmente oportunista y discriminatorio. La universidad tiene que estar abierta a todos y a cada uno de los ciudadanos del país. Estoy segura que hay muchos estudiantes preguntándose por qué ha ocurrido algo así, pero es difícil que hagan pública esa curiosidad, pues ya están viendo el precio que se paga.
Estas cosas no suceden por casualidad, no se trata de un grupo de funcionarios que toma una medida equivocada. De ser así, ya se hubiera castigado a algunos que llevan tiempo cometiendo errores y horrores. Es el resultado de una política que funciona en la sociedad, en los centros estudiantiles y laborales, en los barrios y hasta en nuestra vida privada, donde impera una manera de ver el mundo que nos hace rechazar al Otro. Aún cuando todos somos susceptibles de ser ese Otro.
Toda mi solidaridad con Karla y con cada uno de los que ha sufrido la torpeza de los poderosos de turno y la complicidad de los que no calculan cuán poderosos pueden llegar a ser. Algún día nos arrepentiremos de no haber hecho nada para cambiar las cosas; ojalá no sea muy tarde.
Presentamos las noticias internacionales en breve recopilada por Democracy Now el lunes 6 de mayo de 2024.
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