Porno para Ricardo en Alamar

Irina Echarry

Porno para Ricardo. Foto: indymedia.org.uk

HAVANA TIMES, 6 ene— Desde que llegué al edificio donde sucedería el concierto mi preocupación era por los vecinos. Eduardo nos dijo que no había problemas, que los vecinos habían dado permiso hasta las doce de la noche para tener la música alta. Pero aun así insistí: ¿pero ellos saben que hoy toca Porno para Ricardo? ¿Dieron permiso para eso?

Era el penúltimo día del Festival Poesía Sin Fin, el apartamento donde se realizaba era pequeño, como todos los apartamento en Alamar, sin embargo grandes bocinas impedían que escucháramos algo de lo que nos decía el de al lado.

Cantaron varias raperas y un grupo muy bueno, de reggae,  llamado Herencia, pero yo estaba esperando a Porno.

Hasta que les llegó el turno. Tocaron unos cuantos temas desde un cuarto y una pantalla los proyectaba en la sala donde estábamos los espectadores. Gorki se quejó de que siempre están encerrados, aislados,  y desde allí cantaron horrores a la Asociación Hermanos Saíz, preguntaron si había algún chivato en el público, leyeron un poema dedicado a la policía y reclamaron a gritos un mitin de repudio que no llegaba.

El audio resultaba desastroso, la música apenas se escuchaba bien, todo lo contrario de las letras y las “malas palabras” que gritaban al principio, durante y al final de cada tema.

Mucha gente salió del apartamento cuando ellos comenzaron y volvieron a entrar cuando terminaron, señal de que no les agradaba mucho lo que hacen.

Para mí fue distinto, escuchar al grupo que ha estado censurado durante tanto tiempo, que acostumbra a molestar a la mayoría de las personas que lo oyen, creó en mí una grata sensación de libertad y me doy cuenta de que además del tema de sus letras (en unas coincido más que en otras), el hecho de que utlicen esas “malas palabras” que tanto rechazo causan en la gente es algo a su favor, aunque muchos (sin distinción de edades) no piensen igual.

Uno de sus temas lo explica: Que pasaría con las malas palabras si nunca pudiera nombrarlas / cómo diría mi furia y mi hambre, mi odio, sin poder soltarlas / cuánta traición, cuánta maldita infamia, cuánta injusticia callada / se quedarían impunes de gritos, por no decir unas cuantas palabras / qué hipócrittas y moralistas con el dedo pretenden taparlas / pero no pueden porque son la academia, esa que está en nuestra lengua / esa que vive y que siente, que por suerte nunca me deja jajaja / ay que buenas, que buenas, que buenas son las malas palabras / vamo a decirlas bien alto, nunca dejemos de usarlas.

Pero aunque lo expliquen, sé que hay muchas personas que no quisieran oírlas y me gusta mucho que aún así – o quizá por eso -, ellos prefieran gritarlas.

Lo que pasa es que yo estaba preocupada por los vecinos y todavía pienso en ellos. ¿cuántos habrán pasado una mala noche por los altos decibeles que les regalamos? ¿a cuántos les habrá subido la presión arterial pensando que vendría la policía cuando el grupo le dedicaba una canción al Comandante?

Aunque disfruté mucho su música, su irreverencia, su rebeldía casi infantil, desde ese día tengo un bichito alojado en mi pensamiento:  ¿qué hacer cuando mi libertad limita la libertad del otro?

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