Irina Echarry
HAVANA TIMES — Hace días tuve una experiencia inaudita. En un p11, casi al unísono, dos hombres decidieron agasajarme. Uno me recostó su miembro erecto en el muslo izquierdo; el otro, un poco más alejado, sacó un fajo de billetes y gestualmente insinuaba que podrían ser míos si yo quisiera. La escena se desarrolló en un tono absurdo, sobre todo porque sentí un aturdimiento paralizante, me invadió una sensación de temor y vergüenza. Al otro lado iba un señor mayor que, al percatarse de la situación y para no verse involucrado, clavó su vista más allá del horizonte; por momentos temí que saliera por la ventanilla.
Dos veces pedí al joven cariñoso que alejara su pene, pero él optó por jugar un poco y comenzó a pegarse, despegarse, etc. Yo, que soy muy pacifica e intento no maltratar a nadie, terminé amenazándolo con sacar unas tijeras que supuestamente guardaba en mi bolso. Al final tuve que abandonar el asiento y hacer el resto del viaje de pie.
No importa si eres más o menos agraciada, tímida o muy coqueta, si vistes de una forma o de otra; el hecho de ser mujer te obliga a soportar “frases galantes”, insinuaciones, silbidos, manoseos, groserías, exhibicionismo y masturbaciones en espacios públicos. Cuando son más light les llaman piropos y, si se pasan de tono, acoso. Es una actitud culturalmente aceptada, naturalizada, que la mayoría de las veces nos culpa por provocar a los hombres.
No sucede solo en nuestro país, pero varias extranjeras me han comentado que en las calles cubanas se sienten violadas casi todo el tiempo. Según dicen, en algunos lugares de Europa es fácil adivinar si el hombre que se aproxima te dirá algo; pero aquí no importa la edad, la raza, ni el nivel intelectual ni económico: TODOS lo hacen.
Generalmente, quienes recibimos estos “halagos” no sabemos cómo actuar: algunas gritan horrores al emisor; unas callan y otras sonríen; muy pocas intentan un diálogo que les permita reclamar su derecho a estar tranquilas y solas. La falta de apoyo de otras personas y de las autoridades también desalienta pues la mayoría de las veces chocamos con burlas y falta de sensibilidad.
Un día esperaba a una persona en el parque de la Fraternidad, y se me sentaron al lado tantos hombres con la misma pregunta: “¿por qué estás aquí solita?”, que hasta yo comencé a cuestionármelo. Cuando uno, borracho, se propasó, llamé al policía que estaba en el parque. ¿Saben lo que me dijo? “A ti ná más se te ocurre… vete de ahí…”. Y tuve que hacerlo porque ya oscurecía y me entró miedo. Un miedo mezclado con rabia y desamparo.
La calle puede ser un lugar hostil para nosotras, incluso, las que no somos tan agraciadas. Es comprensible, desde pequeñitos los varones comienzan a escuchar que ese es SU espacio, entonces, allí pueden hacer lo que les plazca.
Recogiendo opiniones entre la gente que conozco y evaluando mi experiencia, redacté este decálogo. Si eres mujer y decides salir a la calle, seas cubana o estés de visita en la isla, no lo olvides:
Quizá usted piensa que es un chiste, pero le aseguro que para mucha gente esa debería ser la cartilla rectora de nuestro recorrido por la vida, la que se enseñe en las escuelas y la que toda madre debería trasmitir a su prole. Y me pregunto, si así fuera, ¿disminuiría el número de agresiones callejeras hacia las mujeres?
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