Irina Echarry
No, ahora el gobierno ha tenido que reconocer a los miles de cubanos que deciden dejar atrás familiares, amigos y conocidos, para correr el riesgo de una aventura que no siempre termina bien. El trayecto puede empezar y terminar en avión, pero entre uno y otro aeropuerto, es la incertidumbre -y no solo los “coyotes”- la que guía el viaje. Deben atravesar selvas, montarse en cualquier medio de transporte terrestre o marítimo, y evadir la vigilancia fronteriza de varios países. Por supuesto, no lo dicen tan claramente, pero luego de tantos años de acceso masivo a los estudios ¿gratuitos?, la gente saca sus conclusiones.
La situación de estos cubanos que han decidido emigrar hacia Estados Unidos por la vía de Centroamérica es penosa e indignante. Están expuestos al maltrato y soborno de gente inescrupulosa que los utiliza, y a la manipulación de los gobiernos “hermanos” de la isla.
Sin embargo, dentro de esta marea de confusiones y angustias, algo positivo hemos visto. Los cubanos varados en la frontera de Costa Rica y Nicaragua portaban carteles con sus demandas. Reclamaban una visa de tránsito para seguir rumbo al norte. Pudiera parecer una bobería, luego de ver las noticias de cualquier país del mundo; pero ya sabemos que en Cuba, eso es algo prohibido.
Cuando se informó que, a partir del primero de diciembre, los ciudadanos cubanos que deseen viajar a Ecuador deberán solicitar visa, muchos se plantaron frente a la embajada ecuatoriana en Cuba con demandas claras. Entre otras cosas, decían: tenemos miles de dólares en juego, otórguennos la visa a los que ya habíamos compradoo el pasaje con antelación a esa fecha o devuélvannos la plata.
Claro que se trata de intereses personales: llegar a Estados Unidos o no perder grandes cantidades de dinero. Pero no puedo negar que me sorprende positivamente ver a mis coterráneos exigiendo algo más que “el regreso del niño Elián” o “la devolución de los Cinco antiterroristas”.
Es un paso de avance, corto, en la larga caminata del despertar ciudadano. Si seguimos así, dentro de poco perderemos la inmovilidad y en una situación similar comenzaremos a pedir -con carteles o plantados frente a la plaza de la Revolución-, que el gobierno vele por la salud y la integridad física y sicológica de sus ciudadanos estén donde estén, sin importar qué sucesos los hicieron llegar hasta allí.
Quién sabe, quizá logremos que destinen un campamento médico -de esos que envían a los rincones más inhóspitos del mundo- para atender a nuestros niños, embarazadas y personas en general que, atrapadas por las circunstancias, esperan las decisiones de los políticos de turno.
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