La tribuna vacía

Irina Echarry

Antonia Eiriz. 1968. Una tribuna para la paz democrática.

HAVANA TIMES — Las últimas horas del año 2014 estuvieron muy movidas. Enajenada con asuntos personales, no he salido de casa en muchos días; pero he estado al tanto de lo que acontece.

No quiero dejar de manifestar mi repudio a las acciones penales que el gobierno cubano pretende ejercer sobre la artista Tania Brugueras. Nadie tiene derecho a coartar la palabra ni el desarrollo del Arte en toda su expresión. Mucho menos apropiarse –como lo han hecho- de espacios públicos para convertirlos en templos sagrados. Me encantó la idea de hacer el performance en la Plaza, tanto como me hubiera gustado que se realizara en cualquier otro rincón del país. Tampoco estoy de acuerdo con la detención de las demás personas que se dirigían a participar en el evento artístico, social y político.

Apoyo y admiro a Brugueras por sacar la cara por los artistas cubanos —la mayoría de las veces sumidos en su realización personal—, por poner su arte al servicio de todos, por llamar la atención sobre el peligro de la falta de libertad de expresión. Me alegra que sea una mujer quien dé la pelea por el reconocimiento al otro (en este caso: “el que nunca puede hablar”), quien nos invite a reflexionar sobre la utilidad y eficacia de las palabras en un mundo cada vez más beligerante.

La idea del performance ha sido polémica. Para algunos no era el lugar y momento adecuados, si pensamos en la alegría y esperanzas que la mayoría de la gente tiene puestas en el fin del bloqueo y el peligro de que esta burda reacción del gobierno cubano enoje al gobierno de EE.UU y lo haga cambiar de opinión, es comprensible esa postura.

Otros, a pesar de sentir también ese temor, pensamos que fue una elección muy inteligente. Probablemente dentro de un tiempo se llenen las tiendas de productos, pero no aflojará la cuerda que anuda unos cuantos derechos humanos fundamentales. Y por tanto, la cuerda tenemos que desenredarla nosotros mismos, exigiendo esos derechos.

El performance se encauzó por una vía que no era la esperada por una parte del público, algunas personas relacionadas con el mundo del Arte sintieron decepción porque en la Plaza no sucedió nada el día 30 de diciembre. Piensan que a la Obra (como pieza artística) le faltó una salida interesante para quienes fueron a ver Arte.

También creo que Brugueras, probada en el mundo del performance desde hace años, sabía bien a lo que se exponía y dejó que el gobierno terminara su Obra.

El caso es que nadie pudo usar el micrófono y eso es lo más lamentable. La tribuna, recordando el cuadro de Antonia Eiriz, quedó vacía.

Pudiéramos ser menos ambiciosos, intentar un estrado más próximo a cada uno, menos mediatizado e igual de importante. Algo así como una “tribuna por los barrios”, donde la gente acuda a expresarse, a denunciar o, simplemente, a apaciguar los ánimos; a exigir y también a proponer soluciones para enfrentar las dificultades. Pero ¿cómo desafiar a quien se impone por voluntad o capricho y a quien hemos dejado hacer durante tanto tiempo? ¿Estamos preparados para ocupar la tribuna?

Quizá deberíamos empezar por la familia, donde de seguro siempre hay más de un(a) tirano(a), consciente o no de su regencia. En casa estuvimos cavilando una tribuna doméstica. Aunque no somos una familia tan “disfuncional”, cada uno piensa (por suerte) distinto del resto, no hay censura ni expulsiones ni coacción ni humillaciones premeditadas al diferente; sin embargo, cuando pensábamos en “tomar el micrófono” nos percatábamos de que tenemos mucho que exigir: no seguir viviendo bajo el dominio de la autocensura y la auto represión (siempre evitando herir a alguien); no continuar sometidos a los altos decibeles del televisor y su propaganda vacía y falsa (uno de los miembros de la familia ya no escucha bien, pero a veces es por costumbre); eliminar de nuestras conversaciones los verbos imponer y decretar. Y muchas cosas más.

Pero no me convencía porque casi siempre las exigencias iban dirigidas a algo/alguien externo. Antes tendríamos que identificar y retar al tirano que llevamos dentro, ese que nos juzga y nos tienta. Así, las exigencias vendrían más pensadas y mucho mejor encauzadas. Luego podremos desafiar a quien pretenda ningunear nuestra individualidad, más tarde lo extendemos a la casa, después al barrio, al país. Quizá, haciendo este recorrido previo, la próxima tribuna no quedaría vacía, aunque la artista que la convoque no llegue a tiempo.

 

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