Europa en el P4

Irina Echarry

Foto: Caridad

Tres de la tarde, el calor es sofocante, mi cuerpo está envuelto de un sudor pegajoso al que no me acostumbro.  Todavía debo montarme en un P4 para llegar al centro de la Habana y luego el P11 para Alamar.  Siento náuseas solo de pensarlo.

Llego a la parada de Coppelia y rápidamente se acerca el ómnibus verde que identifica al P4.  Imagino que cuando logre subir habrá alguien fumando dentro de la guagua, seguiré sudando, la gente agresiva a mi alrededor logrará sacarme de mi tranquilidad, la música que quiere escuchar el chofer me pondrá los nervios de punta (casi siempre es reggaetón, o una salsa estridente o baladas románticas cantadas por latinos quejumbrosos).

Pero no, me sorprendo al ver la guagua aunque llena, con buen ambiente.  Los rostros de los pasajeros reflejan  armonía, hasta sonríen algunos.

Intento saber qué es lo que produce esa atmósfera y al momento me percato (estaba muy bajito) que está sonando “The Final Countdown”, un tema de Europa (banda sueca) que aquí se puso de moda a principios de los 90.  No puede ser, le digo a Caridad que me acompaña, te fijaste en la música…  y en el volumen.

Ella tararea y sonríe.  Luego me cuenta que en Venezuela las busetas (transportes particulares) también tienen la música estridente: ballenatos, salsa o el reggaetón nuestro de cada día, pero en el metro solo escuchaba melodías suaves, instrumentales a un volumen que no molestaba.

Ahora es el grupo Chicago el que está de fondo y nos preguntamos si el Ministerio de Transporte pudiera regular en los ómnibus estatales al menos el volumen ya que no todos apreciamos la misma música.  Los P tienen varias bocinas ubicadas a los largo de toda la guagua como para que nadie escape al sonido abrumador, no importa el horario o el clima.

Además, con las guaguas particulares que prestan servicio a la población la cosa se pone peor.  Subir a una de estas bocinas-ambulantes-con-asientos es ser penetrada generalmente por el llantén de Marco Antonio Solís mientras nos dice: “no existe fórmula para olvidarte” o ser partícipe de una disputa entre “lo mejor” y “lo máximo” del reggaetón o (menos frecuente) escuchar una emisora de radio donde entre un número musical y otro (de cualquier género) entrevistan a los artistas de la telenovela de turno que apenas se entienden porque el audio casi nunca tiene buena calidad y el volumen es muy alto.

Aunque ahora escucho Hotel California y veo a la gente mirándose con amabilidad y cantando, creo que es un problema sin solución a mi entender porque cómo decirle al dueño del transporte o el chofer que no oiga lo que quiere, es su guagua y/o tiene que estar horas sentado al timón ¿por qué no va a escuchar a la Charanga si lo desea?

Pienso que en lo único que podemos ponernos de acuerdo por ahora es en ese volumen de la música, no ya respetando los gustos sino acudiendo a la ciencia y estableciendo los decibeles que no causen trastornos ni auditivos ni emocionales.

 

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