Ríe Miseria

Francisco Castro

Hoy, en una de las paradas que hizo el P-1 en un semáforo, quedó frente a la ventanilla en la que yo viajaba, un señor mayor, con imagen de mendigo, acostado en uno de los grandes portales de la Avenida Infanta.

Inmediatamente se suscitaron comentarios entre los pasajeros cercanos a mi.  Todos coincidían en que el señor era muy inteligente, que no tenía ninguna preocupación en su vida, que ya quisieran ellos estar con ese nivel de irresponsabilidad.

Escuché estos comentarios pensando en que estaban hechos en tono de broma.  Sin embargo, en un momento en que miré a uno de los que hablaban, me di cuenta de que había en sus ojos una  pizca de sinceridad.  Y esto me congeló.

No puedo imaginar el nivel de desespero que hay que tener para desear una vida de sucio mendicante, preocupado solo por tener un cartón seco para pasar la noche, y por llegar antes que el camión de la basura, al basurero de algún restaurante.

Sí puedo imaginar que tanto el señor que estaba tirado en el portal, como todos los que de una forma u otra practican la mendicidad, nunca soñaron con tener ese modo de vida.

Extraño resulta, por otro lado, que existan personas en Cuba que se vean en la necesidad de dormir en las calles y “alimentarse” de los basureros.  Sin dudas hay algo por ahí que no está funcionando como es debido.  Y no me refiero solo a Ciudad de La Habana, pues he tenido la oportunidad de viajar por carretera a lo largo del país, y el paisaje se ve modificado no solo por los ciclones, sino también por estas personas, cuyo número aumenta cada año de forma alarmante.

El asunto adquiere tintes de terrible tragedia en los alrededores de las iglesias.  Allí se dan cita las más variadas miserias físicas humanas, que más que lástima, producen asco.  No la deformidad, sino el hecho de que se muestren pública, impúdicamente, reclamando caridad, en un país que se proclama a los cuatro vientos como uno de los mayores defensores de los Derechos Humanos.