El fin de la melancolía

Francisco Castro

Acabado de despertar

HAVANA TIMES — Me levanto de la cama y me miro al espejo. Los pelos revueltos y la cara de basura hacen que baje la vista y tropiece con el teléfono. Miro la hora. 11:30 am. Camino como un zombie hacia la cocina. Preparo mi cafetera de café, que tomaré sin azúcar y con un poquito de leche en polvo. Voy con la taza en la mano hacia la computadora. La enciendo y veo en el escritorio la carpeta “borradores para Havana Times”, justo al lado de “argumentos del guion”. El cursor le pasa por encima y pincha “videoteca”. Resalta dentro de esa una que dice “pendiente”. Doble clic sobre esta. Adentro, nada.

Hmmm. Demasiado tiempo libre. Ya vi todas las series y películas del último paquete. Pienso otra vez que es demasiado tiempo libre. No hay nadie en mi vida que ocupe mi tiempo, ni nada de trabajo fuera de mi rutina nocturna de dirigir la emisión de un noticiario, que ocupe mis mañanas. Estoy solo. Y de pronto, la melancolía, esa que ronda últimamente con más frecuencia de la habitual, se apodera de mi cabeza. Y comienza a preocuparme el hecho de que nadie me mire en la calle o que hace muchos meses que no escribo ni mi nombre.

Tiempo atrás, cuando no tenía que preocuparme por nimiedades como estas, tampoco era un imán de hombres. Ahora, con más de 30 años en las costillas, y con más masa corporal de la necesaria, un año después de haber terminado oficialmente la relación con mi novio, sigo pensando que mañana me voy a despertar, le voy a sonreír al sol, y voy a hacer ejercicios. Pero hoy no: mañana, siempre mañana.

Así ha sido, y al parecer siempre será, hasta el fin de los tiempos, o más bien de mi tiempo en esta Tierra, porque siempre encuentro una razón (o una sin razón) que me evita el tener que desplazarme a un gimnasio. Pero qué digo gimnasio, esa es una palabra demasiado pretenciosa: no hago ni el más mínimo esfuerzo por sacar de su letargo a estos músculos míos que, de tanto no usar, se atrofiarán.

Baaahhh, digamos todos a la vez: deja que se atrofien los músculos, el que tiene que funcionar de manera constante y eficiente en grados exponencialmente directos al tiempo que pasamos en esta Tierra eeeeeesssss…: tu cerebro…

Sí. No pongan esas caras. Esa es una verdad irrefutable. El cerebro debe ser ejercitado todos los días. Y hay que crear todos los días para tener constancia de que el está siendo entrenado. Escribir, pintar, proyectar. Dentro de un trabajo extremadamente rutinario como dirigir la emisión de un noticiario, introducir un movimiento nuevo con las cámaras, hacer que la conductora despida de forma no habitual, resumir en una infocinta de 10 palabras una historia que se cuenta en un minuto y medio.

Crear, crear, crear… para saber que funcionas como ser intelectual. Estudiar y saber que lo que creas puede tener un público potencial numeroso, para que tu obra llegue a la mayor cantidad de personas posible, para que se te abra un espacio en el Olimpo donde reinan tus dioses, los Lezama, los Gutiérrez-Alea, los Lam… Esa es, también, una forma de atraer hombres. Esa es la forma de atraer hombres que debe importar. Tu cerebro debe ser el imán de hombres, y no tu atractivo físico o tus músculos que se destacan por debajo de la camisa.

Pretencioso el chiquillo, ¿no? ¡Hmmm! El caso es que ya no soy un chiquillo. Ya tengo más de treinta años en las costillas, y más masa corporal de la necesaria, y ya ha pasado un año después de haber terminado oficialmente la relación con mi novio, y más de seis años de graduado en la Universidad de las Artes… y muchas cuentas sacadas después y aún la obra, esa que me abrirá un huequito en el olimpo de mis dioses, no acaba de concretarse en realidad, porque sigo pensando que mañana me voy a despertar, le voy a sonreír al sol, y voy a escribir la primera palabra del guion de la película que revolucionará la historia del audiovisual, y de hecho la historia de mi vida. Pero no, hoy no: mañana…

Hmmm. Signo de interrogación, puntos suspensivos, silencio dramático, carita enfurecida, con humito saliendo de las orejitas, grito vikingo, bofetones por la cara, jadeos después de tantas emociones, carita feliz y bombillito encendido. No, hoy no: hoy no es igual que ayer: hoy es el primer día del resto de mi vida. La convicción es grande. Fin de la melancolía.

Hoy me levanto, y después del café, hago cuclillas y abdominales. Ya nos veremos las caras, dioses de mi Olimpo.

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