Saber que te vas de Cuba

Ernesto Carrolero

HAVANA TIMES — Desde el fin del preuniversitario, hace unos tres meses, mi círculo de amigos se ha visto reducido (o expandido, dependiendo de cómo se mire). Uno se fue para Ecuador, dos a los Estados Unidos y uno de los más cercanos espera irse de un momento a otro.

Siempre que alguno se marcha le preparamos una fiesta de despedida y cuando alguien pregunta:

“¿Qué es mejor que irte?”

La respuesta es casi instantánea:

“¡Saber que te vas!”

Que la seguridad de irte sea mejor que el acto de partir, es una muestra adelantada de nostalgia.

Aunque buena parte de mis conocidos tienen básicamente como proyecto de vida el exilio, todos los que lo han logrado padecen, al menos al inicio, la misma nostalgia que aún siente mi madre cuando dice que nunca se va a acostumbrar a vivir fuera de Cuba a pesar de los años que lleva en Holanda.

Abandonar a la familia, los amigos y todo lo que se conoce para comenzar desde cero en un lugar totalmente nuevo, es sin dudas una decisión difícil. Pero el hecho de quedarse es aún más impensable, sobre todo para la juventud.

Salir del país implica que al menos se podrá soñar con tener una casa, un auto, una serie de cosas aunque tengas que privarte de muchas otras. Es cierto que a veces llegarás del trabajo tan cansado que no tendrás ni ganas de sentarte ante el televisor plasma, pero lo mismo sucederá si te quedas, exceptuando que no tendrás el plasma.

De quedarte, el hecho de haber estudiado una carrera universitaria u obtener algún puesto importante en tu trabajo no hará mucha diferencia con respecto al salario.

Un amigo me comentó que quería irse para poder ser “una persona” y me dolió bastante su razonamiento. ¿Acaso no puede serlo en Cuba?

Aunque me cueste reconocerlo, para una generación tan práctica como la mía la respuesta es: no. A pesar de ello y de que la mayoría piensa irse definitivamente pues es la única opción que tienen, a muchos les gustaría regresar con recursos para montar un negocio, o trabajar un tiempo y luego venir a disfrutar de su dinero.

Estamos un poco mejor preparados para la aventura pues por familiares emigrados sabemos que aquello no es jamón pero hay muchas oportunidades. No queremos tener hijos por el momento. ¡Somos muy jóvenes! Tampoco queremos dejarlos atrás si nos toca partir.

Sabemos cómo se extraña a un padre porque los nuestros se fueron también buscando una vida mejor que tardó en llegar, o porque no pudimos reunirnos cuando hubiéramos querido.

Cuántas veces he descubierto que tras la superficialidad o frivolidad de los adolescentes se esconde el ansia de llenar una carencia. Tampoco la madurez prematura es voluntaria sino un mecanismo para sobrevivir solos.

Muchos jóvenes en Cuba han crecido sin alguno de sus padres, y no sólo porque éstos se fueron definitivamente sino porque están cumpliendo una misión internacionalista y ven a sus hijos dos meses al año.

Tantos hemos crecido con alguien que nos falta. Alguien que nos llama el día del cumpleaños y que se le corta la voz cuando escucha la nuestra.

Emigrar no es solo sinónimo de ganancia sino también de pérdida. Para los que se van, y para los que se quedan.

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