Erasmo Calzadilla

Kiara amamantando a unos hijos posti

Cuando mi sobrina era una niña (ahora es una jovencita de 15) trajo a vivir a su casa (cerca de la mía) a una cachorra sata, de ojos saltones, flaca y poco tratable. Con el tiempo llegaron a encariñarse de la manera en que solo un niño y un perro saben hacerlo.

El tiempo pasó y Kiara creció. Se distanció aún más de los cánones mikis (miki se le dice a los lindones, a los que viven pendiente de la moda y las apariencias, relacionados con un buen poder adquisitivo) y se volvió más pesa’ita de caracter.

Fue madre en varias ocasiones pero la adoración por mi sobrina no disminuyó nunca; cualquier chiste con su adorada y te ganaste un colmillazo.

Mi sobrina por supuesto también creció. Ahora tiene un novio fanático al Play Station, y entre el amor y la escuela se fue olvidando de su perrita.

Como no la cuidaban ni la sacaban Kiara se hacía caca y pipi en el apartamento que además se lleno de garrapatas; estaba cundida y nadie se las quitaba.

Mi sobrina con Kiara y otro perrito.

Conclusión que mi hermana se hartó y decidió botarla en uno de los restaurantes del Parque Lenin: Las Ruinas, donde supuestamente tendría más libertad y comida. Cuando mi sobrina llegó de la escuela y supo la noticia le entró la desesperación.

Hubo crisis familiar, peleas, llantos, depresión; en medio de las pruebas finales.

Al otro día salimos tempranito a buscarla. El guardia del restaurante nos dijo que una perrita con esas señas se había pasado la noche entera correteando como una loca de aquí para allá, pero luego no la vió más.

Rastreamos la zona, mi sobrina llorando, llamándola a gritos, ambos roncos. Todos los custodios que encontramos se portaron de excelencia, nos ayudaron a buscarla y le daban ánimos.

Pasó la semana y Kiara no regresó. Me costaba conciliar el sueño pensando en cómo se sentiría. Vivir tantos años creyéndose parte de una familia y luego verse echada así, repentinamente, lejos de sus seres queridos, en un ambiente desconocido y agresivo. Seguro que muy triste y sola.

Hice varias caminatas acompañado de mi sobrina, de Irina, y una noche con mi perro Bruno, un dobergman que es un buenazo. Fue tremendamente rico marchar de noche con Bruno entre los montes del Parque Lenin.

Bruno descansando despues del viaje.

Pero otras caminatas eran bajo un sol criminal. En una de esas se nos acerca una desconocida: “¿Ustedes no son los que andan buscando a una perrita blanca con pintas así y asao? Yo la ví rondando por La Ceiba” (otro restaurante).

Pa’ no hacer el cuento largo. Luego de 10 días rastreando a la susodicha la encontramos allí donde nos habían indicado, como a 4 kilómetros de donde la soltaron. Estaba reflaca, hambrienta, arisca, sucia, con una mordida en un muslo y coja de una patica de alante.

Ha sido el acontecimiento familiar más importante en varios meses. Creo que mi sobrina aprendió la lección; ahora la está cuidando de verdad. Tampoco la perrita quiere separarse de su “dueña.” Incluso se ha vuelto recelosa con el resto de la familia y ni a mí me mira con buenos ojos.

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