Un domingo entre el pasado y el futuro

Erasmo Calzadilla  (Fotos: Irina Echarry)

HAVANA TIMES — El domingo quince de junio, día de los padres, decidí dar una vuelta por la Cinemateca de Cuba. Detesto los domingos, recelo de la familia tradicional y sus patéticas festividades, evito el transporte público los fines de semana y aborrezco más que un vampiro el insoportable sol de la tarde veraniega. A pesar de todo lo anterior decidí salir de mi confortable cueva seducido por un documental que proyectarían en el Chaplin dentro de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe. ¿Tema? La música jamaiquina en el Reino Unido.

Llego al cine justo a tiempo, bañado en sudor, loco por entrarle de lleno al aire acondicionado. Iluso, el equipo de climatización estaba fuera de servicio y la sala era una sauna. En los pocos cines que aún proyectan es común que el aire se rompa en verano y lo arreglen en invierno; a veces sospecho de una conspiración contra el séptimo arte en beneficio de negocios más rentables.

El calor no me deja concentrarme; el documental tampoco ayuda. La historia del Lovers Rock relata acríticamente el proceso de descafeinización que sufrieron los ritmos caribeños al llegar a Europa; la industria consiguió a-pop-arlos, transformarlos en un producto tan dulce, melódico y sensual como falto de bomba y agallas.

Salí del cine-horno antes que acabara la tanda, amelcochado e indignado de ver a los caribeños vendiendo su identidad cual mercancía barata (culpa de la colonización, por supuesto). Picaba todavía el sol a la hora en que salí caminando por la avenida 23 rumbo a la parada de la guagua.

Porque su entorno es cada vez más irrespirable y amo demasiado mis pulmones suelo evitar la arteria más famosa y transitada del centro cultural de la nación (por decirle de algún modo). Fue la inercia que me arrastró y ¡caramba, como ha cambiado!

Las cafeterías estatales que venden moneda obrera siguen en la misma deprimencia, con sus empleados insolentes y sus refrescos gaseados o de polvito; los cuentapropistas, en cambio, han transformado el look de la avenida. Elegancia kisht, comida sabrosa y hasta exótica, pulcritud y buen trato… gentrificación a todo tren y precios por las nubes.

Estamos en primavera, la estación de las frutas, pero entre la decadencia socialista y el renacimiento capitalista no encuentro dónde beberme un miserable juguito a precio módico. Por suerte todavía no soy padre.

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