Erasmo Calzadilla
Nos había invitado un amigo espiritista, personaje clave y muy bien pagado en tales ceremonias. Íbamos confiados en que él nos presentaría pero llegamos antes, sin conocer a nadie. Le explicamos a la anfitriona que nos mandó amablemente a pasar.
Nos sentamos en un rincón apartado, tímidos, callados mientras los demás conversaban por encima, por debajo, por el lado nuestro. “¿Qué rayos hacemos aquí?”. Un músico de ojos amarillentos y rojos me dirigió la palabra, y la sensación fue de abismo comunicativo.
Y la atmósfera nos parecía poco orgánica, como forzada… producto quizás del conflicto entre lo religioso, el culto a los antepasados y las deidades, y por otra parte el dinero con su dinámica típica, siendo el motor primero (pero no único) de la fiesta.
El baile era para regocijo de una difunta abuelita, amante en vida de toques de tambores y bembés; también para despejarle el camino a su nieta, la anfitriona, una inspectora recién despedida que pidió a los santos su reinserción laboral; a cambio debía ofrecer un Cajón.
Fue un shock cuando los instrumentos rompieron el silencio en la minúscula y calurosa salita repleta de gente. Todo se estremecía y generaba una tensión rara en los oídos. La música, violenta y cadenciosa obliga a participar, nada parecido a como es percibida desde los asientos de un teatro; cada tun tun va quebrando las barreras del ego.
Sin saber por qué empecé a llorar. Prendí un tabaco que me brindaron y empeoré. Para colmo un viejo resabioso y medio curda regañándome insistentemente por estar parado en medio de la puerta (mi refugio); algo muy peligroso al parecer.
La solución fue moverme. Salí del rincón y bailé (si se puede llamar así). Me fui deshinibiendo, relajando, cogiéndole el gusto, disfrutando, pero Irina se sentía mal: le dolía la cabeza, estaba asustada, tenía coriza por el humo, palpitaciones, sudores, temía que la sacaran obligada al centro de la sala (eso hacían con las mujeres), y en fin quería irse.
Así que dimos las gracias, nos despedimos y bajamos por estrechas y oscuras escaleras hacia una iluminada avenida que nos trajo de vuelta a este siglo. Por cierto ¿Qué siglo?
(*) No sé mucho de esto pero creo que el Cajón es una ceremonia religiosa afrocubana donde el instrumento protagónico es un sencillo cajón de madera aunque los cantos son también muy importantes.
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