Erasmo Calzadilla
HAVANA TIMES — Cada seis meses, durante la sesión plenaria de la Asamblea Nacional, tenemos la oportunidad de comprobar si en Cuba existe o no existe democracia.
Para mí es evidente que no. Los pocos fragmentos que televisan brindan una imagen bochornosa de diputados disminuidos frente a los funcionarios del Estado e imbuidos en una teatralidad patriotera afín al behique (paul: witch doctor?).
Aún así, mirando el mundo como está, a veces me pregunto si un régimen como el “nuestro” no será mejor para la gente pobre que el capitalismo al estilo latinoamericano.
Recomiéndome las entrañas a veces acepto que sí, pero otras me retracto.
El enfrentamiento organizado de desastres naturales, la distribución racional de recursos escasos, la posibilidad de evitar la miseria extrema y de contar con un servicio de salud y educación masiva elementales, son demasiado importante para olvidarnos de ellos.
El problema es que una dictadura, incluso una “caritativa”, degenera inevitablemente.
No solo en el plano económico, por el sofocamiento de toda iniciativa independiente, lo peor (desde mi punto de vista) son los golpes que asesta a la tradición de lucha, desarmando y enajenando políticamente a la gente y pervirtiendo el sentido común.
Batista no llegó a viejo con la batuta en la mano porque en su tiempo la tradición de lucha estaba viva, pero cincuenta y tantos años después, el conjunto de experiencias, habilidades y resortes éticos que nos permitió organizarnos para pelear contra el tirano, arriesgando incluso la vida, yacen prácticamente extinguidos; cosa que podemos confirmar dos veces al año durante la sesión plenaria del parlamento cubano.
Esa es mi opinión; ¿y la suya?
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