Por no contaminar y ser más libre

Erasmo Calzadilla

El orbita y yo.

Ahorrar energía eléctrica es muy saludable para la salud del bolsillo y la del planeta. Cada kilowatt consumido implica una recarga de contaminantes sobre la atmósfera, los mares y obviamente nuestros pulmones.

Ahorrar electricidad también nos ayuda a ser más libres, menos dependientes de las compañías o Estados productores del invisible fluido.

Por todas esas poderosísimas razones, y para estar ready cuando llegue el Pico del Petróleo, vengo hace un tiempito modificando mi performance diario con el propósito de consumir menos corriente: por ejemplo trato  de pasar menos tiempo frente a la computadora, dejo casi fría el agüita para el baño, pero la principal revolución energética tiene lugar en mi alcoba.

Para demostrarme que lo mío era en serio una madrugada de este ardiente verano, dispuesto ya todo para el aterrizaje, se me ocurrió prescindir de ese viejo amigo, esa joya de la tecnología socialista: mi ventilador Órbita, que ya no gira, no tiene chasi, anda a una sola velocidad, pero es muy fiel y no se rompe aunque se precipite de vez en cuando desde la altura de una silla.

Las noches del Eléctrico son frescas y llenas de sonidos agradables engendrados por bichitos erotizados en busca de un rato de placer. Si uno permanece tranquilito puede prescindir de los electrodomésticos aunque la cosa no es tan fácil como parece.

El primer intento

Antes de pegar el primer ojo ya tenía arriba una tropa de zumbantes mosquitos dispuestos a sacarme la sangre para sus bochinches reproductivos. Siquiera tienen la delicadeza de esperar a que uno se duerma, y para colmo está el riesgo del dengue.

A la mañana siguiente estuve dubitando entre desempolvar los viejos mosquiteros o abrir la puerta de mi cuarto para que la brisa al correr azore los bichitos y con el fresco poder echarme una sabanita encima.

No me hallo armando un mosquitero todas las noches así que opté por lo segundo: dormir con la puerta abierta. Lo que no sabía es que eso también traería complicaciones.

El problema es que en la sala de mi casa (vivo con mi familia) hay un reloj que con demoníaca regularidad no cesa de hacer toc, toc, toc. Y pierdo el sueño porque me pongo a pensar en el Tiempo: el que le queda de vida a mis viejos, el que pasa y no aprovecho. De vez en cuando es bueno asustarse por el paso del Tiempo pero no justo antes de dormir.

Tal vez hubiera sido mejor intentar un ejercicio de concentración para olvidar el incómodo artefacto, pero opté por lo más sencillo: sumbarlo para el cuarto de mi abuela. Por ley de la vida a ella le queda menos tiempo que a mí pero parece que no le importa.

Y por último

Resuelto lo del reloj aún me vi frente a otro dilema de singular naturaleza. Como el calor me obliga a dormir desnudo, o casi, si alguien de mi familia se levanta antes que yo es probable que me vea con la huevera al aire, o peor, con uno de esos gratuitos encañonamientos nocturnos.

Al principio me dio pena pero luego pensé: todos estos viejos me han limpiado el culo; y no le di más importancia.

Ser libres y vivir en un planeta saludable implica hacer sacrificios y cambios profundos, pero tienen su compensación en vida.

Ahora pago menos electricidad, tengo mi conciencia un poquito más tranquila, disfruto la sinfonía nocturna de los bichitos que aún no hemos extinguido y me he librado de una pena absurda a la desnudez frente a las personas que más quiero en el mundo.

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