Manifiesto ortofónico

“Los cubanos de la isla hablan como si tuvieran un boniato en la boca” -Los cubanos de Miami.

Ilustración por Onel.

Erasmo Calzadilla

HAVANA TIMES — Hace unos años escribí un post de inspiración anarquista burlándome de la campaña escolar desarrollada en Cuba para recuperar la ortografía.

Sostenía entonces que obligar a una persona a memorizar reglas arbitrarias constituía una soberana tontería; una muy acorde, por cierto, con prácticas propias de regímenes totalitarios.

Con el tiempo he comprendido que enseñar a los niños respeto a un orden, no importa si absurdo, es de vital importancia para el sostenimiento de la sociedad. El bayú lingüístico y las indisciplinas sociales guardan, ahora lo comprendo, una estrechísima relación.

Es más, creo que la campaña por la ortografía es muy superficial, está demasiado enfocada a lo fenoménico, a la lengua escrita; habría que concentrarse más en la oral que en definitiva es madre de aquella. ¿Cómo podría alguien llegar a escribir correctamente si ni siquiera sabe expresarse? ¿Qué relajo estamos inculcando con la enseñanza de una lengua donde los grafemas y los fonemas mantienen un vínculo tan incierto?

Para ser coherentes hasta el final, para que este país salga del hueco moral en que se encuentra y recuperemos la senda del crecimiento espiritual y económico, el Estado debería extender la campaña ortográfica hacia la ortofonía, entendida esta como el arte de pronunciar correctamente. El ICRT, la UNEAC y hasta el Ministerio del Interior podrían prestar en ello una ayuda invaluable.

Antes de que los patriotas nacionalistas me salten al cuello aclaro que mi llamado no es a imitar a los ibéricos nativos hispanohablantes; también esos cometen errores garrafales de dicción (como la confusión de la [v] con la [b]). Ambigüedades de ese tipo han de ser eliminadas si queremos contar con una lengua limpia, madura, que promueva la higiene mental, la ciencia, el desarrollo y el progreso.

Por eso pienso que las escuelas deberían incentivar la ortofonía y castigar cuando una infracción tenga lugar. Solo así, ejercitando desde los primeros años de vida el respeto a lo establecido, forjaremos las virtudes cívicas que necesitamos para sacar a este país del estado lamentable en que se encuentra. Única manera de enfrentar los nuevos retos lingüísticos y sociales que se nos enciman a raíz del restablecimiento de relaciones diplomáticas con los EE.UU.

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