Farber, el plattismo y los dilemas de la oposición en Cuba

Erasmo Calzadilla

Ilustración: Erasmo Calzadilla

HAVANA TIMES — El más reciente artículo de Samuel Farber levantó un tsunami de comentarios y protestas. Si estuviéramos en una fiesta de reggaetón diríamos que calentó el party y se metió en tremenda balacera.

Su análisis es otro intento, entre muchos, de cartografiar el movimiento opositor cubano. Su peculiaridad es que lo hace tomando por referente una práctica política en ascuas: el plattismo. Plattistas llaman a quienes aprueban la intromisión de los EE.UU. en los asuntos internos de Cuba.

Entre los plattistas menciona a los clásicos: los que respaldan el bloqueo económico y reciben dinero para la subversión en la isla. Pero la parte más controvertida y divertida es aquella en la que involucra, también, a liberales y a socialdemócratas. Como criterios de inclusión utiliza:

  • el argumento con que estos se oponen al bloqueo estadounidense (puramente funcionalista, sin cuestionar el derecho de USA a imponerlo).
  • su colaboración con instituciones gubernamentales de los EE.UU. que practican o defienden la intromisión de ese país en los asuntos internos de Cuba.

Llamar la atención sobre las consecuencias del plattismo es de máxima prioridad en la lucha por la democracia en Cuba. Si esta no se apoya en un claro concepto independentista y no marca una prudente distancia con el imperialismo norteamericano, no va a contar con respaldo moral ni intelectual ni apoyo mayoritario del pueblo. No es casual, cada vez que la Seguridad del Estado infiltra a grupos disidentes en nuestro país, intenta arrastrarlos hacia posiciones extremistas, plegadas a los intereses de USA y dependientes de sus dólares. Es el paso previo a su desmoralización y aniquilación.

La idea de Farber es excelente, pero se complica por un pequeño detalle: la inmensa mayoría de los “grupúsculos” que han emprendido la lucha abierta contra el régimen reciben apoyo unilateral de los vecinos del norte y mantienen algún nivel de compromiso con este. El anti-plattismo queda, vistos a la luz de este dato, como un ente abstracto, vacío de contenido concreto. Solo se aplica a disidentes de izquierda que no se destacan en el enfrentamiento pacífico al régimen; no es su línea.

La madurez política del movimiento opositor en Cuba no parece estar a la altura de los afilados conceptos del politólogo. O, visto desde otro ángulo, diríamos que estos no aterrizan plenamente en nuestra particular situación. ¿Cuál es el motivo?

Desde mi modesto punto de vista no logran captar la singular naturaleza de los sistemas totalitarios. No se trata de una típica dictadura represiva, con una elite renuente a compartir el poder; el totalitarismo descoyunta el tejido social y mata de raíz toda posibilidad de rebelión emancipadora. Si alguna vez lo fue, el Partido no es ya el principal obstáculo.

Por otra parte, los Castro reciben un gran apoyo internacional (de la ONU, de Europa, de los líderes religiosos mundiales, de potencias como China, Rusia, Brasil, Venezuela, Francia, Irán y hasta de la izquierda mundial). Bajo estas condiciones será bien difícil que el pueblo de Cuba logre enfrentarlos exitosamente y mejorar su situación política.

EE.UU. ha sabido jugar el papel de Bueno en esta película. El traje le queda ridículo; sin embargo, el apoyo que brindan a la resistencia pacífica es real.

¿Justifica esto la sumisión a sus intereses? Por supuesto que no, pero la situación concreta convierte al anti-plattismo -tal como lo delinea Farber- en un eidos difícil de alcanzar, y en un instrumento valioso en manos de la policía política. No lo culpo, el más lúcido corre el riesgo de extraviarse en semejante berenjenal.

El enfoque anti-plattista tiene otra faceta controvertida, y es que gira demasiado en torno a la cuestión nacionalista, solapando otros asuntos socio-políticos y socio-económicos de primer orden. ¿Será posible un capitalismo cubano anti-plattista?

El sindicato polaco Solidarnosc -que, por cierto, recibió abundante apoyo de Reagan y de la Thatcher-, ¿pudo evitar que el neoliberalismo campeara por su respeto tras la caída del odioso sistema? ¿Hasta qué punto las iglesias pueden ayudar sin comprometer?

Llevar el debate más allá de la cuestión nacionalista es clave, pero complicaría aún más el panorama. Porque en una sociedad de “hombres-nuevos” las ideas políticas o emancipadoras no tienen pegada. Los cuatro gatos locos que las defienden corren el riesgo de quedar peligrosamente aislados. ¿Qué hacer entonces? Pues no sé, hemos dado otra vuelta y llegado al mismo callejón sin salida.

Les dejo el rompecabezas a ver si alguno encuentra la solución o cree encontrarla. Agradezco a Farber por su valiente incursión en un asunto tan necesario y, a la vez, complicado. A mí me ha servido para confirmar una idea que tenía ya madura: si luchar contra los Castro y por la democracia es un camino amargo y lleno de obstáculos; hacerlo aceptando la intromisión de los EE.UU. es incoherente e inmoral.
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Otro artículo relacionado de Erasmo: Mapa optimista de la oposición en Cuba

 

 

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