Ellos cavilan mientras marchan

Erasmo Calzadilla

El desfile del primero de mayo 2014.

HAVANA TIMES — A raíz de la multitudinaria concentración de trabajadores el pasado primero de mayo cabría preguntarse ¿Cómo es posible que sigan apoyando al régimen que los trata como a súbditos, viola y restringe sus derechos y recorta continuamente sus beneficios?

En su artículo “El Primero de Mayo en Cuba, un ‘Performance’ que no convence a nadie“, la socióloga Marlene Azor da una respuesta que al menos a mí no me convence ni un poquito. Oigamos:

“Una mirada desde los trabajadores, explicaría que su presencia es sólo el performance frente al poder de lo que se espera de ellos, so pena de sufrir algún tipo de represalias, o el precio a pagar por tener una vida privada con mayor libertad de acción”.

Luego esgrime un mecanismo de control adicional descubierto, afirma, por Vicente Bloch: los trabajadores se ven obligados a cometer ilegalidades y para evitar represalias simulan conformidad política con el régimen. (¡qué gran descubrimiento!)

Unos párrafos más adelante: se trata de “un proceso de intimidación que incluye ‘castigos’ con los ‘incentivos’ al final del mes o del trimestre, con las posibilidades de no ser más “idóneo” […] o sencillamente con alguna sanción por el partido, si se es miembro del único existente […] Puro clientelismo político.”

Si intentase resumir su idea creo que resultaría algo así: Los trabajadores no tienen el menor apego a esto. Su simulada simpatía al régimen es parte de una estrategia racional de resistencia.

Desde mi punto de vista eso no basta para explicar el “raro” comportamiento; expongo mi punto.

Si los trabajadores fueran tan racionales y simpatizaran tan poco con el proceso hace rato hubieran ideado una manera eficaz de sacudirse el yugo; o al menos lo intentarían obligando al régimen a descubrir su cara más fea.

Otros que no cuentan con nuestro acerbo de lucha y otras ventajas culturales han sabido reaccionar ante situaciones más opresivas. ¿Por qué se conformarían los cubanos con una postura tan ratuna?

Demasiado absurdo. Creo que sería menos contradictorio admitir que el poder que emana de las alturas yace bien integrado, desciende gradualmente (no sin fracturas y obstáculos) por los capilares y cadenas de mando.

Habría que añadir, además, que el inconsciente colectivo acepta la situación como algo normal, sin grandes contradicciones, sin revelarse o indignarse.

No es que no haya presiones y pases de lista en la movilización, no es que estemos ajenos al chantaje y al clientelismo. Todo eso es cierto pero no basta.

En el primero de mayo del 2010.

Cuento una anécdota. Llevo unos años viviendo al lado de un paradero de ómnibus urbanos, un típico centro de trabajo con una nómina integrada por gente extrovertida y bullanguera.

Basta un rato que pases en el quisco donde los choferes calman su sed para enterarte de los conflictos y dilemas cotidianos del paradero. Los guagüeros, mecánicos, pisteros, poncheros y fregadores no se aguantan, cuando algo les incomoda pitan de inmediato, en alta voz y sin sopesar las consecuencias.

La madrugada del 30 de abril la terminal en pleno se concentró puertas afuera, guarachando y descargando en espera de la extraordinaria jornada. La verdad es que se sentían mucho más felices que de costumbre y lo sé porque sus risotadas (otras veces son sus broncas) no me dejaban dormir. Tanta alegría no era, obviamente, por la llegada de su propio día, el de los trabajadores, sencillamente disfrutaban la oportunidad única de estar todos juntos sin hacer nada.

Algo parecido he experimentado en la propia plaza de la Revolución. Antes yo era de esos que iban a reclamar un socialismo verdadero. Marchaba rodeado de trabajadores comunes y lo cierto es que nunca sentí un aura de disgusto a mí alrededor.

La última vez fuimos repiqueteando unos tambores y la gente, tan ajena al significado del primero de mayo como a la “coacción” de que estaba siendo víctima, convirtió aquello en una conga.

Otra vez se va en blanco la socióloga al entender el espectáculo como un regalo narcisista de la élite para consigo misma. El sentido de la marcha es ritual y como tal pretende que cada uno de los participantes sienta en lo más profundo de su ser que nada ha cambiado, que todo sigue igual, que el pacto se mantiene. No solo la élite, también la masa disfruta narcisitamente de sentirse inmensa y potencialmente poderosa.

Marlene termina la danza con un gesto provocativo que deja ver el color de su ropa interior. Sus imaginarios trabajadores marchan bajo el sol al son de una conga pero eso no les impide ir cavilando: “a ver cuándo podemos derrumbar definitivamente nuestro Muro de Berlín”.

O sea que, no solo son racionales, acechadores y cínicos, tienen además un fin político claramente definido: tumbar el muro y cruzar al reino de la libertad. Lo único que les faltaría es un empujoncito ¿no?

¡Caramba!

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