Desde mi balcón en Alamar

Erasmo Calzadilla

HAVANA TIMES — Ahora que ando huérfano de Internet aprovecho para otear el barrio desde mi balcón. El quinto piso de un edificio de Alamar no es un mirador privilegiado; nada espectacular se divisa cerca o lejos, ninguna obra humana que podamos llamar grandiosa por algún motivo. Lo más interesante de la panorámica lo aporta la naturaleza: el mar con sus tonalidades cambiantes, las copas de árboles siempre verdes y el pasar diario de la gente.

De lo que se dice sobre Cuba en Internet o en la TV a lo que observo asomado a mi balcón va un inmenso trecho.

Los sitios disidentes exageran la miseria económica, la crisis de valores, la virulencia de las manifestaciones antigubernamentales, la represión policial y los actos de repudio; los medios oficiales recalcan lo bien que marcha la actualización del modelo económico.

Nadie pude negar que en Cuba haya miseria y represión policial pero Alamar no es representativo. El síntoma de pobreza más grave que alcanzo a ver en mis caminatas por el reparto es gente hurgando en la basura. Recogen materia prima, objetos reciclables y comida para los puercos; con un poco de esfuerzo hasta pudiera convertirse en un oficio digno.

Manifestaciones públicas y premeditadas de descontento político (pintadas, caminatas, marchas, huelgas, llamados) no deben ser muy frecuentes cuando no me he enterado de ninguna; y aquí radiobemba funciona de maravilla. Actos de repudio, el último de que tengo noticia sucedió hace alrededor de veinte años. Fue dirigido contra la escritora y periodista Maria Elena Cruz Varela a raíz de una carta que enviara a Fidel Castro; tengo entendido.

Hasta las micro-protestas espontáneas se han ido vaciando de contenido político. La gente se queja de lo mucho que le roban en el agro, de la mala calidad del pan y otros servicios estatales, de la crisis de valores, de la educación, del transporte… Algunos le echan la culpa a los Castro, otros creen que un deus ex machina (el capitalismo, los chinos, los rusos) va a solucionar nuestros problemas.

Lo que nunca he escuchado a ningún alamareño es la exhortación a debatir, intercambiar criterios y echar palante por nuestros propios medios. Eso es a lo que yo llamaría una auténtica proyección política, y eso no ocurre NUNCA.

Por supuesto que tampoco hay manifestaciones de apoyo al régimen salvo las que el régimen mismo implementa usando a los niños de las escuelas.

En mi edificio, y creo que no es la excepción, ni siquiera funciona un CDR. Nadie ha querido asumir la presidencia y de hecho no se realizan actividades orientadas por esa institución que presume estar en línea con Fidel. Los vecinos se congregan al llamado de líderes naturales para la solución de problemas puntuales. Colaboran, trabajan en conjunto y una vez resuelto el asunto calabaza calabaza…

Ha muerto la vida política no así la social.

Respecto a la vida social de los barrios cubanos he escuchado las más disímiles exageraciones. Los idealistas la creen un rico tejido de relaciones humanas, nido de excelsos valores, capaz de autorganizarse para la consecución de tareas complejas como la administración de justicia y la distribución de bienes escasos. En el otro extremo se la presume controlada por mafias bajo la ley del más fuerte. Mitificaciones comunes son la reducción del barrio a Ciudad Dormitorio o la idea del barrio donde los vínculos sociales se han convertido en comerciales. Sucede; no con la magnitud que algunos exagerados denuncian.

Yo no tengo vida social pero mi caso es una excepción; me he resignado a la soledad, a extrañar y a ser un extraño (cosa que hasta los perros perciben ¿o estaré padeciendo una psicosis?). Me cuentan que a finales de los ochenta y principios de los noventa Alamar disfrutó de una intensísima vida cultural liderada por jóvenes que se movían en mi cuerda; el tsunami de la emigración arraso con el movimiento. Dicen que en algún momento el hip hop prendió por estas tierras; hoy solo florece el reguetón.

Yo no, pero noto que muchos disfrutan de una intensa vida social. En mi edificio, por ejemplo, casi todas las tardes baja un piquete de vecinos a conversar, chismear, dar chucho y jugar dominó; desde mi balcón puedo apreciar que se divierten de lo lindo.

En la noches, incluso los fines de semana, los más jóvenes prefieren (o se han resignado y acostumbrado a) compartir en la ya casi mítica “zona”. Las incursiones nocturnas a la ciudad son cada vez más angustiosas por lo malo que está el transporte y lo caro que sale divertirse en la urbe.

Los muchachos se reúnen a escuchar música con sus imprescindibles aparaticos; ahí se dan unos buches (es difícil ver a uno borracho), descargan (lo que antes era apretar) y dan muela. Me sorprende cuan poco que necesitan para pasarla bien.

Comparada con mi generación, que anhelaba conquistar el mundo y vivir experiencias existenciales fuertes (recuerden el impacto de Trainspotting y Tango Feroz) esta me luce mejor preparada para el declive energético. La misión histórica que el destino les asignó: reaprender a ser feliz modesta y localmente, la vienen cumpliendo de maravilla; no hay que esperar de ellos una revolución.

Los vecinos nos llevamos bien pero no integramos una Comunidad en el sentido mayúsculo de la palabra. No estamos organizados de ninguna manera, no contamos con un presupuesto común para afrontar los problemas, no nos reunimos para tomar decisiones salvo en casos extremos y de forma muy ineficaz, ni soñar con un órgano o consejo que administre justicia o medie en los conflictos, siquiera tenemos un local o un espacio explícitamente comunitario; los pocos que habían ya están privatizados. De vez en cuando se desata una bronca o querella intervecinal y nadie se mete (como decimos acá); termina primando la ley del más fuerte o la policía resuelve a su manera.

Por ahora funciona; el barrio sobrevive dignamente. La prueba de fuego será cuando el intervalo entre los supertanqueros se distienda; presumo que antes de una década.

El arribo de otro Periodo Especial, esta vez sin esperanzas a corto plazo, nos pondrá en una disyuntiva: o nos transformarnos en una auténtica comunidad o nos come el león.

No me va a quedar más remedio que renunciar a mi postura de analista que observa el espectáculo desde arriba y bajar a atender la caldosa colectiva; si quiero comer.

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