No pienso en ningún idioma

Dmitri Prieto

Foto: Caridad

Cuando la gente se entera de mi doble identidad étnica, de que comparto orígenes ruso y cubano, y que tuve una infancia y una adolescencia también compartida entre ambos países, suelen preguntarme: “¿en qué idioma tú piensas?

Lo cierto es que aprendí primero el ruso, con mi mamá y su familia, en un pueblo ferroviario a 150 km de Moscú, pero a los tres años comencé a chocar regularmente con la realidad cubana, encuentros que se volvieron mucho más sistemáticos cuando comencé la primaria en la Escuela Cubana que había en Moscú.

Desde muy niño, mi papá me leía en castellano y también lo escuchaba en el seno de mi familia cubana. Son gente del Oriente de la Isla, así que muchas palabras del español las aprendí con el significado que se le da en aquellos territorios, muchas veces distintos del que tienen en la capital.

Así, para los 6-7 años sabía hablar, leer y escribir en ambos idiomas.

Pero la pregunta “¿en qué idioma tú piensas?” para mí no tiene ningún sentido. (Lo siento por quienes me lo preguntan.)

No que tenga pena reconocer públicamente el idioma de mi pensamiento; no. De ningún modo. Es que no utilizo ningún idioma para pensar.

Las ideas me vienen en forma de imágenes, de asociaciones de conceptos y afectos, y sólo raras veces en forma de palabras.

En realidad, no necesito palabras para pensar.

Por eso me resulta cómico lo que algunos filósofos y psicólogos han dicho de la importancia de la palabra para el pensamiento.

Para mí, la palabra es claramente importante, pero para ORGANIZAR el pensamiento: para darle forma. Cuando pienso no uso las palabras, pero cuando expreso las ideas obviamente las necesito.

Entonces viene la parte difícil: tengo que convertir las ideas, que no tienen necesariamente un orden, en una secuencia de palabras. Lo cual me es difícil. Por eso me cuesta trabajo escribir, y de ahí también la intermitencia de mis posts en Havana Times.

En realidad, no puedo afirmar que me gusta escribir. Es para mí como meter el pensamiento en la prisión del lenguaje. Es como una linealización de algo esencialmente no-lineal: meter en una sola dimensión lo que tiene muchas, infinitas quizás.

Por otra parte no me molesta que la gente piense en palabras. Más bien me resulta interesante. Me es difícil imaginar de dónde en ese caso salen las ideas, si ya aparecen en forma de palabras.
Para mí la idea es como un regalo, y la palabra es su envoltura.

Es interesante cómo pensamos de modos tan distintos, y aún así podemos comunicarnos.

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