Un León en el Carlos Tercero

Daisy Valera

Hace algunos días pase por la tienda Carlos Tercero, creo que era un sábado y yo estaba buscando un paquete de salchichas.

Pero esta tienda siempre me brinda algún motivo para escribir.

Entro, trato de pasar entre los afortunados y acomodados que tienen posibilidad de jugar billar y cansarse de tomar cerveza en este país.

País en que el salario promedio es de 17 CUC y donde una pequeña lata de cerveza cuesta 1 CUC.

No me dejo perturbar con esto y sigo en busca del barato paquete de salchichas, también cuesta 1 CUC.

Y justo allí, frente al departamento de cárnicos, me esperaba una sorpresa.

El León del equipo Industriales, bueno, claro que no es un león de verdad.

Es la mascota que anima los juegos del equipo de la capital, es alguien disfrazado de León con un traje azul (color del uniforme de Industriales).

Los niños alrededor de él jugaban a meter la cabeza en la inmensa boca del felino mientras los padres les tomaban fotografías con celulares y cámaras fotográficas.

Yo sentí un escalofrío recorrer toda mi espina dorsal, no me gustó nada lo que estaba viendo.

Casi al momento empecé a recordar todas las películas Hollywoodenses en las que aparecen personas trabajando disfrazadas de tacos, de cajas de jugos y hasta de Santa Claus.

Recordé que en todos esos filmes los disfrazados no eran felices.

El León para mi no fue más que la representación de una parte del mundo capitalista, en esa tienda, aquí en Cuba.

No pude dejar de pensar en que de esta forma, con un león entreteniendo a los niños, Carlos Tercero compite con el resto de las tiendas de la capital.

Se podrá pensar que soy exagerada, yo no lo creo, sucede que todo lo que huela a capitalismo me afecta demasiado.

No me gustaría vivir en un país capitalista, no me gustaría que Cuba tuviera que tomar el camino restaurar de ese sistema social.

Así que tampoco me gustó el León de Carlos Tercero, solo me gustó la risa de los niños, pero se que hay millones de formas de provocarlas.

Seguramente esta famosa tienda tendrá a alguien disfrazado de Santa Claus para navidades, escuchando los pedidos de los más pequeños.

Pero yo crecí sin creer en Santa, yo fui una niña sin árbol de navidad y sin hacer cartas para que me entregaran regalos.

Pensé y pienso que un país que pretende un proyecto socialista se puede llegar a librar de creencias cristianas que solo son capases de inducir el consumismo.

Un país así no tiene que ver avanzar la competencia entre tiendas, ya sea mediante leones o con cualquier otro animal de la selva.

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