AMLO y la creación de un nuevo partido progresista en México

Armando Chaguaceda

“El cuento de nunca acabar”, tomado de http://mx.noticias.yahoo.com/fotos/el-cuento-de-nunca-acabar-slideshow/

HAVANA TIMES — El pasado domingo ha sido noticia el anuncio -hecho en el marco de una concentración en el Zócalo de la capital mexicana- de la salida del líder Andrés Manuel López Obrador (AMLO) del Partido de la Revolución Democrática, formación que lo ha cobijado durante 23 años. Y de su intención de formar, con los fieles seguidores agrupados en el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), un nuevo partido que se vendría a sumar a las formaciones (PRD, Partido del Trabajo y Movimiento Ciudadano) que conforman el bloque electoral de la ya escindida izquierda mexicana. Trataré de responder sus interrogantes, desde la personal visión de alguien que asume como suyos las luchas, frustraciones y esperanzas de este noble pueblo.

El desenlace de muchas parejas demuestra que siempre es preferible un buen divorcio a una mala convivencia. Y esta última era, desde hace años, la situación imperante e insoportable dentro del “partido del sol azteca”. La esquizofrenia de tácticas, desplantes y alianzas entre grupos perredistas solo se justificaba por la necesidad mutua de preservar el maridaje: AMLO precisaba de la estructura y recursos provenientes de los partidos, mientras que estos contaban en la figura del tabasqueño como su principal activo político en la competencia por la presidencia del sexenio 2012-2018.  Puro y duro pragmatismo político.

Obrador da este giro dominguero tras contender como candidato en dos procesos electorales (2006, 2012) que terminó denunciando como fraudulentos y con el desconocimiento del oponente ganador: Felipe Calderón Hinojosa hace seis años, Enrique Peña Nieto hoy. En ese sentido, el guión de la historia parecería ahora repetirse. Sin embargo, las experiencias del 2006 han aleccionado –al menos en parte- a quienes ahora apuestan por la “desobediencia civil” evitando las expresiones de violencia y el daño a terceros (afectaciones económicas y de movilidad) vinculados a marchas y plantones que les enajenaron parte de su apoyo social inicial. Y semejante decisión de AMLO es importante cuando los opinadores de la derecha no se cansan de pregonar sobre la “intolerancia y violencia” de los obradoristas y, en general, de toda la ciudadanía contestataria agrupada en diversos movimientos sociales.

Obrador plantea que la conversión de Morena en partido político será una decisión que se tome “entre todos y desde abajo”, a partir de asambleas locales que desembocarán en un congreso nacional –los días 19 y 20 de noviembre- donde se formalizará el partido y sus plataformas organizativas e ideológicas. Con la misión de “…organizar, concienciar y defender al pueblo y a la nación”. Sin dudas, Andrés Manuel apuesta a traspasar a la nueva fuerza el capital de 15 millones de votos que le han convertido en la segunda fuerza del país. Y en tanto las disidencias no parecen hallar sitio en una “deliberación” donde la palabra del líder es ley, no se prevén trabas a la constitución del nuevo partido, en la forma y plazos que AMLO lo señale.

Sin embargo, habría que ver cómo el tabasqueño podrá suplir, en ausencia de la engrasada maquinaria de su antiguo partido, la capacidad de organización y movilización requerida para tamaña empresa. Si ya no cuenta con el apoyo entusiasta del gobierno capitalino, AMLO deberá depender de la autogestión de sus fieles y los recursos institucionales que logre capturar, paulatinamente, a partir de ahora. Baste señalar que las casi 40 000 personas concentradas, según la Policía, en el Zócalo estuvieron por debajo de convocatorias anteriores. Y que el desempeño de Morena en las pasadas elecciones se mostró poco eficaz en tareas como la de promoción y cuidado del voto, misiones cuya complejidad y sistematicidad se diferencian del fervor y espontaneidad de una concentración popular.

México necesita la urgente reconstrucción de una alternativa de izquierda, capaz de encarar los retos de la vida nacional y al poderío de las fuerzas e ideas de derecha, dominantes en la vida partidaria, así como en la cultura política y opinión pública nacionales. Roger Bartra, acaso el más agudo sociólogo mexicano contemporáneo, ha alertado sobre el entendimiento fraguado entre dos versiones de la derecha, la autoritaria-revolucionaria (PRI) y la católica-neoliberal (PAN). Iniciativa frente  a cuyas agendas legales y políticas las izquierdas exhiben mucho más apelaciones a la moral y la soberanía que contrapropuestas viables, nacidas del análisis informado de la política pública y del reconocimiento de los escenarios locales y globales que la constriñen.

Semejante reconstrucción de la izquierda implica profundas mutaciones culturales, programáticas y de liderazgos. Cambios que no nacerán de las tribus cobijadas al amparo del aparato (y presupuesto) de los partidos “progresistas” ni del liderazgo honesto (pero autorreferente) de AMLO y la fé ciega de sus incondicionales. Y que no caben en la superada plataforma del nacionalismo revolucionario, que sigue siendo el horizonte, disimulado o confeso, de buena parte de estos liderazgos y organizaciones.

Así, el actual divorcio no resuelve los problemas estructurales e identitarios de la izquierda azteca: acaso los multiplique en el seno de cada formación. En ese sentido, el nuevo panorama será –ya está siendo- pasto seguro de cronistas y humoristas, que darán testimonio de la incapacidad para multiplicar y articular fuerzas de un sector de la clase política local; a la cual más, de un amigo mexicano hastiado por sus desplantes y desempeños, podría despacharlos con aquella frase de los marchistas de Tian’anmen en 1989: “¿quién les dijo que los necesitamos?¡”

Pero más temprano que tarde, esa real alternativa progresista aparecerá, reuniendo las pasiones y razones de lo mejor de la ciudadanía mexicana. Ojalá la eficacia e inclusión de las avanzadas políticas del Gobierno del DF y la creatividad y energía de movimientos como #YoSoy132 puedan combinarse, no sin conflictos, en la agenda de esa nueva fuerza que el país demanda. Sin mesías irredentos ni burócratas fríos.

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