Por Ariel Glaria Enríquez
Si bien otros misterios como la construcción de las pirámides en Egipto, su enigmático parentesco con las pirámides Mayas o, en el caso específico de Cuba, el triunfo futuro del comunismo en la tierra, permearon el imaginario infantil de mi generación, ninguno resultó tan sublime entre mi primer grupo de amigos y yo, como el famoso triángulo.
El principal asombro que nos producían las colosales pirámides construidas por los egipcios de la antigüedad radica en cómo sus constructores se las ingeniaron para transportar, sobre las movedizas arenas de un desierto, esos grandes bloques de piedra y luego montarlos unos sobre otros.
Aquella inquietud universal que pudo, en mi opinión de hoy, generar ideas imaginativas o desarrollar nuestro instinto constructivo, se redujo al argumento que fueron posibles debido a la esclavitud.
Tan reiterada fue esa explicación en nuestros libros de texto y en las respuestas que recibíamos, que terminamos cuestionando por qué se les daba tanta importancia y, sobre todo, por qué seguían allí.
Algo similar nos ocurrió con las pirámides Mayas, cuyas pulidas y elaboradas piedras no borraban de nuestra mente el dolor por los palos que se recibían en el antiguo Egipto.
El misterio del comunismo, por otro lado, no motivó en nosotros un asombro especial, bastaba, para olvidarlo el resto del día, comulgar con él todas las mañanas en la consigna que repetíamos antes de comenzar las clases.
Un hecho personal, sin embargo, me hace evocarlo hoy. Fue la convicción con la que un compañero del aula dijo que un día en Cuba todos tendríamos bicicleta.
Mucho me inquieta recordarlo cuando años después la URSS se derrumbó y no hubo en La Habana otro medio de transporte más que las bicicletas.
Por ese camino de misterios resueltos mediante luchas de clase o ecuaciones históricas infalibles llegamos casi por medios propios al Triángulo de las Bermudas.
Aquel fenómeno de figura geométrica tan específica y del que era muy difícil averiguar algo tuvo el efecto inmediato de una revelación. Con su nombre nombramos todo lo que no era explicado en los libros de historia; lo que no aparecía en las noticias o en las elementales preguntas que ya desde entonces se nos iban quedando sin respuestas.
Pero lo que hizo del Triángulo de las Bermudas el misterio más sublime entre mi primer grupo de amigos y yo, fue el hecho de emplearlo una tarde como metáfora cuando vimos, por debajo de las mesas, más allá de las rodillas, las piernas de la maestra.
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