Por Ariel Glaria Enríquez
Vivía en La Habana, sumido en la miseria de un solar y jugando a la bolita tres veces por día: cinco pesos en la mañana, ocho en la noche. Sacaba del juego lo justo para sobrevivir. Dejó de afeitarse, andaba mal vestido y adquirió un trato brusco con los demás.
Un día enfermó. El médico le dijo que tenía que operarse una hernia de urgencia. Le envió un correo al hermano pidiéndole dinero para alimentarse y palear la convalecencia. Desde España el hermano le mando cien euros, que convertidos sumaron 110 CUC pero, en el transcurso de una semana, los perdió todo en la bolita.
Desesperado pidió al apuntador que se los devolviera, pero este se negó. Su insistencia, sin embargo, llegó a oídos del banco. Entonces, como se dice, pasó lo que solo pasa en Cuba: el banco le devolvió el dinero y K se pudo operar.
K siente que la vida le dio una nueva oportunidad y le hace el cuento a cualquiera, incluyendo un extraño que escribe mal, publica peor y nadie lee.
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