El secreto de los muertos

Ariel Glaria Enriquez

COLA EN AGROMERCADO

HAVANA TIMES — Hace pocos días, en una cola del agromercado, mi vecino Luis, el fan de las funerarias y velorios me reveló nuevas cosas.

Después de comparar el calor que sentíamos en la cola con el que se pasa en las funerarias de La Habana dijo: “Lo peor de los servicios fúnebres en Cuba no son las espantosas coronas ni las endebles y feas cajas que a fin de cuentas terminan pudriéndose, lo peor lo carga el muerto”.

La cola nos hizo avanzar dos pasos y aproximarnos más, cuando nos acomodamos continuó:

“Hace tiempo, a la funeraria de Infanta llegó un cadáver desnudo. Era una anciana. La familia aseguró que el cuerpo salió de la casa con el mejor vestido y el único par de zapatos que poseía la señora en vida y además bañada y maquillada. La empleada se defendió con el argumento que su trabajo era de la puerta para dentro de la funeraria. Más tarde le escuché decir que no entendía por qué tanto alboroto por un vestido y unos zapatos que de nada iban a servir”.

Volvimos a avanzar unos pasos en la cola. Esta vez nos distrajo un perro que se movía entre las piernas de la gente buscando su dueño. Cuando el perro se alejó Luis volvió a decir:

“En toda la noche no se habló de otra cosa. A cada persona que se acercó la familia le contó lo sucedido. Yo, que siempre doy mis vueltecitas, conté varias veces lo que había pasado. En una de aquellas rondas, faltando poco para irme, un conocido que encontré en otra capilla me explicó que los responsables eran los de la morgue, que cuando el aserrín no alcanza para rellenar los cadáveres usan lo mismo papel de oficina que las propias ropas del muerto y en cuanto al aserrín lo emplean hasta húmedo. Por eso unos muertos pesan más que otros y las cajas se desfondan, me aseguró el tipo”.

Próximos a realizar la compra, la tensión de la cola nos acercó aún más.

“Otra noche, después de aquella, no recuerdo en cual  funeraria, mirando el muerto noté que tenía los pelos de la nariz suspendidos y moviéndose, seguro que respiraba varias veces con la uña en el cristal. Ligeramente los pelos se recogieron. Faltó poco para que llamara a alguien, cuando vi un comején rojo salir por uno de los orificios de la nariz y colarse en el de al lado. No sé si alguien más lo habrá visto, solo escuché decir que el muerto tenía buen semblante, cosa que la familia agradeció”.

Antes de poner toda su atención en la pesa, casi sin mirarme, Luis dijo, “por lo menos ese tenía aserrín”.

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