De un telescopio y por primera vez

Ariel Glaria Enríquez      

Telescopio en una tienda de antigüedades de La Habana.

HAVANA TIMES — Con las prioridades de cada época, lo peculiar de las modas y el sueño individual: casa y automóvil son, desde que tengo memoria, los artículos más deseados por los cubanos. En mi caso, además, un telescopio.

En la década del 70, durante mi infancia, los equipos electro-domésticos soviéticos, asignados por el Estado como estímulo al trabajo, desataban verdaderas peleas en los centros laborales. Los televisores, las neveras y lavadoras eran la prioridad. Muy cerca el ventilador, la plancha y la batidora.

En la década siguiente, después de la casa y el auto, la moda fueron las video-caseteras. Verdaderos gremios se crearon entre quienes poseían esos equipos. Fue la época de la fiebre del oro y la plata, donde, en espacios llamados con el sutil nombre de: Casa de Intercambio, por el valor del objeto – oro o plata-, se obtenía el “derecho” a comprar en tiendas de divisas. Verdaderos patrimonios se esfumaron.

Las video-caseteras y los equipos de audio proliferaron, no así las viviendas y los autos.

Mi familia no tuvo que lamentar la pérdida de un patrimonio que no poseía, pero mi madre se quejó por primera vez de ser comunista y yo comencé a soñar con un telescopio. Tenía 15 años.

Después de mi madre fue mi hermano el primero en conocer mi deseo de tener un telescopio. Fue la primera vez que escuché “eso en Cuba es muy difícil” en algo que me concernía.

Entonces me lancé a la aventura renacentista de construir un telescopio. Mi primer paso fue desarmar mi viejo proyector soviético, cuyos lentes aún conservo y con los cuales apenas logré ver los espermatozoides expulsados con fervor, cuando comencé a considerar inevitable mi frustración.

Cámara soviética de la década 70-80.

Dije que mi madre era comunista, pues mi padre lo era aún más. Estaban separados. Él vivía lejos, ocupaba cargos y viajaba. En la primera ocasión que tuve le hablé del telescopio. Al marasmo de preguntas le siguió un compromiso sin futuro. “No te prometo nada, recuérdamelo en mi próximo viaje”, dijo.

Yo nunca sabía cuándo viajaba, por eso elegí no esperar y seguir con mis inventos renacentistas, que terminaban, casi siempre, en la observación de mis inquietos pasajeros.

Por esa época, fui mucho al Planetario de La Habana. En él, a oscuras, inmerso en la contemplación de la bóveda celeste proyectada, soñaba con mi telescopio. Allí, una tarde, reclinado hacia atrás con los brazos abiertos sobre el espaldar de las butacas vecinas, en éxtasis bajo la representación antigua de las constelaciones, tuve mi primera experiencia no manual, que me dejó, para que no pensara más en un objeto tan inaccesible como las estrellas, la terrenal huella de un creyón de labios.

En la actualidad, los artículos más deseados por los cubanos, después de la casa y el automóvil, son: la comida, el televisor plasma, el aire acondicionado, los teléfonos móviles y toda la parafernalia tecnológica diseñada para el hogar, en mi caso aún el telescopio.

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