Iniciativas individuales en la cultura cubana, un tema escabroso y urgente

Ernesto Pérez Chang

Feria del Libro Cuba 2014. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — Entre los trabajos que el Estado cubano permite realizar por cuenta propia no se contempla el pequeño negocio editorial. Tampoco se permiten labores similares. Los escritores y editores dependen del Estado pero este no garantiza la estabilidad de los ingresos ni la posibilidad de desarrollar libremente cualquier iniciativa individual. Una revista, por ejemplo, o un espacio de debate abierto.

El sector editorial cubano ya no es capaz de asegurar un flujo dinámico y actualizado de la realidad intelectual. Los menguados planes de publicación, la incapacidad de la industria, los volúmenes de impresión del sector educativo, la solvencia precaria de las empresas del libro y los juicios valorativos de diversa índole —desde los estéticos hasta los ideológicos— no respaldan la existencia de un paisaje rico y justo en nuestras letras. Tampoco lo reflejan con diafanidad, mucho menos lo proyectan al exterior. Ese otro panorama invisible para nada coincide con lo que se logra publicar bajo la égida del Instituto Cubano del Libro o por otras instituciones.

Ni hablar de las publicaciones existentes. Cada una es el reflejo especular de la otra. Indistinguibles, sin personalidad propia, son un verdadero desastre al no cumplir el objetivo de toda revista cultural: ser una voz en medio de voces disímiles.

Si se reconoce que las editoriales se encaminan hacia una crisis que puede repercutir muy negativamente en el desarrollo y la circulación de nuestra literatura ¿por qué se restringe la exploración de opciones individuales? ¿Por qué, incluso, se destierra el tema en las discusiones en los espacios oficiales?

Ni siquiera se permite una alternativa digital (webs, blogs, e-zines u otros) para viabilizar los proyectos individuales. La mayoría, cuando no se realiza en la esfera de lo ilegal, termina por ser abortado o desvirtuado por causa de las condicionantes, por los enmascaramientos con que se esquiva la lectura desconfiada de la oficialidad, inquisitiva, peligrosa.

La prohibición no responde solo a la falta de condiciones técnicas. Quienes controlan no confían en las iniciativas personales desligadas de la política oficial, incluso les temen y las combaten como a los peores enemigos. La suspicacia con que son observados los proyectos, incluso los que se generan al interior de las mismas instituciones estatales, alcanzan el grado de la más exacerbada paranoia.

En un momento en que las editoriales de la isla se cuestionan la rentabilidad de muchas de sus producciones, las iniciativas individuales debieran ser tenidas en cuenta si en verdad el Estado pretende garantizar todas las libertades para el pleno desarrollo de nuestra cultura, despojada de cualquier atadura o control ideológico.

El país no sufriría ningún riesgo al aceptar el desarrollo de proyectos culturales múltiples. Sean para divulgar sus expresiones, difundir cultura, o para ganar ingresos sin depender del Estado.

Si en otros sectores el gobierno autoriza la inversión extranjera, si varios de los comercios se han alzado con ayuda de capital foráneo, de cubanos establecidos en Miami o en Madrid, entonces ¿por qué se prohíbe el desarrollo de esas iniciativas culturales?

La prohibición no responde solo a la falta de condiciones técnicas. Quienes controlan no confían en las iniciativas personales desligadas de la política oficial, incluso les temen y las combaten como a los peores enemigos.

Si se reconoce que las editoriales se encaminan hacia una crisis que puede repercutir muy negativamente en el desarrollo y la circulación de nuestra literatura ¿por qué se restringe la exploración de opciones individuales? ¿Por qué, incluso, se destierra el tema en las discusiones en los espacios oficiales?

No existe una actitud paternalista sino un control estricto e injustificado. La limitación de los campos de actuación de los intelectuales de la isla a los predios de lo estatal pudiera interpretarse como una especie de chantaje: “si no te gusta, agarra tus cosas y publica afuera”. Esa no puede y no debe ser la solución.

No es posible desarrollar una verdadera literatura, despojada de temores, libre en su expresión si todo cuanto se produce debe pasar por el tamiz de las instituciones. Cuando digo literatura pienso en todos pronunciándose en los términos que deseen, pugnando con el poder, cuestionándolo, poniendo en jaque cada uno de los estamentos que rigen la cultura, sin compromisos o con ellos, como se prefiera, pero desde la más genuina individualidad.

En la historia cubana las revistas y los grupos de opinión y expresión son los que han movido la cultura a planos superiores mediante el debate y la puesta en duda. A veces las iniciativas nacieron de sacrificios personales al límite de la penuria pero siempre en pos de un solo objetivo, el más loable de cuantos existen, engrandecer la nación sintiéndonos libres de hacerlo.

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