La verdadera realidad cubana (II)

Yusimí Rodríguez

Médicos cubanos trabajando en Venezuela. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — En el 2007 conocí a una joven extranjera que decidió estudiar medicina en Cuba, inspirada por el trabajo de los médicos internacionalistas cubanos en África. ¿Puede alguien negar la hermosa labor que realizan nuestros médicos internacionalistas en África, Venezuela, Haití?

Eso es parte de la realidad cubana. Cuando los medios nacionales e internacionales muestran a esos médicos atendiendo a personas que no cuentan con acceso a la salud en sus países y pueden morir de enfermedades curables, no están mintiendo. Están mostrando una parte importante de la verdad.

Vea la primera parte de este comentario

La cara de la verdad que no nos muestran los medios está en el trabajo Salir de Cuba en una misión, de la colega Rosa Martínez. Una amiga suya decidió marcharse a cumplir misión para cubrir las necesidades económicas que no le resuelve el salario. Su hija, tendrá que estar al menos un año sin su madre, para tener una bicicleta.

Debo hacer un paréntesis para confesar algo. Este es un texto que tuve en mente durante casi un mes, pero no me decidía a escribirlo. Después de haberlo escrito, me he demorado en enviarlo, precisamente porque tratar de reflejar la verdad sobre un fenómeno es algo difícil, y quizás presuntuoso.

Si lo hubiese enviado el lunes, como pretendía en inicio, habrían leído ustedes lo siguiente: “Conozco a una joven oftalmóloga que trabajó tres años en Venezuela para que le construyeran una casa o le dieran materiales para reparar la suya. No sé si lo consiguió”.

Hay ocasiones en las que una debe bendecir la demora en el transporte. Gracias a eso, coincidí justo esta mañana con la protagonista de esa pequeña anécdota. Corrijo: no trabajó tres años en Venezuela, sino siete.

La promesa de darle una vivienda en condiciones más o menos aceptables, y materiales a precio estatal para repararla (firmado en un contrato) nunca se cumplió. “Me puedo parar a decirlo donde sea, ni el Partido, ni el Poder Popular se han hecho cargo. Mi casa la estoy reparando a pulmón, con el dinero que me pagaron, que no fue mucho ni regalado, porque además el gobierno cubano se queda con una buena parte”.

Esas fueron sus palabras, pero no sé si estaría dispuesta a repetirlas en una entrevista y a dar su nombre. Aún tiene un empleo estatal que podría perder y una hija adolescente que depende de ella.

Diez años atrás, conversaba con una doctora que se hallaba ante la disyuntiva de irse a Sudáfrica o permanecer aquí, en un consultorio. Allá pagaban muy bien, pero también había un montón de enfermedades que la asustaban. Tres meses más tarde me encontré con su hijo. La madre había optado por irse. “A ver si levantamos cabeza”, fue la explicación del hijo.

Lo más irónico me sucedió hace dos años. El consultorio que me corresponde estaba cerrado por falta de médico. Tras varios intentos de que me atendieran en otro, decidí marcar antes de las siete de la mañana en uno relativamente cercano. Coincidí con una señora que llevaba más de una semana intentando que la viera un médico.

Faltaban quince minutos para las diez de la mañana cuando nos marchamos, sin que apareciera ningún doctor. La mujer tenía dos hijos graduados de medicina. Ambos cumplían misión en Venezuela.

Hace un mes, el país celebró otro Primero de Mayo con un multitudinario desfile en el que participaron trabajadores, estudiantes, deportistas. Medios nacionales e internacionales reflejaron el masivo apoyo del pueblo a la Revolución.

¿Mi consejo sano y desinteresado? Desconfíe de la masividad.

Marcha para el retorno de Elian Gonzalez. Foto: http://lapolillacubana.blogcip.cu

Tengo una amiga cuyo hijo estudia en un preuniversitario. Allí, los estudiantes debieron firmar un compromiso de asistencia al desfile. En caso de no asistir, debían dar una justificación. La ausencia al desfile ponía en peligro el aval para obtener una carrera universitaria.

Así tomé parte en la batalla por rescatar al niño Elián González.

Era profesora de un tecnológico. Llegué una mañana, como mis colegas, preparada para cumplir mi jornada laboral. Pero mi jornada laboral de aquel día no consistiría en impartir clases, sino en exigir la devolución de Elián. Enviaron a los alumnos a sus casas; debían estar de regreso a la una de la tarde para participar en la marcha.

A los profesores nos explicaron que nuestro sueldo del día estaba condicionado a nuestra asistencia a la marcha. Usted podría pensar que el hecho de ausentarse a la marcha solo implicaba la pérdida del salario de un día. Error.

“La ausencia a la marcha se considerará un problema de actitud”, nos explicó la directora. Créame, la falta de dominio de la materia que se imparte es menos grave que un problema de actitud. Un problema de actitud conduce directamente a una mala evaluación a final de curso.

Una mala evaluación implica que a usted le bajen el salario de todo el curso siguiente. El problema de actitud va a estar en su expediente laboral y lo va a seguir a donde usted vaya.

Aquella operación se repitió mientras duró la batalla por el regreso de Elián. Llegábamos a la escuela preparados para impartir clases y terminábamos en un ómnibus rumbo a la Tribuna anti imperialista.

¿Me rebelé alguna vez?

A estas alturas, los lectores de HT conocen mi talón de Aquiles. Soy cobarde, aunque tuve mis ligeros arranques de valor. Una vez, demoré mi llegada a la escuela hasta que los ómnibus partieran y permanecí sentada en la recepción, cumpliendo mi jornada laboral. Solo pudieron descontarme la tardanza. Supongo que eso fue más habilidad que valentía.

En otra ocasión, firmé mi entrada y rehusé subir al ómnibus. La gente me miraba con asombro. Yo misma me miraba con asombro.  No sucedió nada, pero mi jefe de departamento me aconsejó no hacerlo más. El resto de las ocasiones, subí al ómnibus dócil como una vaca. Uniformada incluso.

En algún momento nos entregaron un pulóver con la imagen del niño y un cartel que rezaba “Liberen a Elián”. Nos exigían usarlo en cada marcha. Muchos seguimos usándolo tras el regreso del niño.

No podíamos darnos el lujo de desechar una pieza de ropa, con cartel político o no. Aquí, una casi nunca está amplia de ropa. En mi caso, el pulóver me quedaba muy bien y lo usé durante años.

Una vez, solo las mujeres de la escuela, alumnas y profesoras, tuvimos el privilegio de marchar para exigir el regreso de Elián. Era el viernes previo al Día de las Madres. La consigna era: “Liberen a nuestro hijo”. Aquellas niñas entre 15 y 17 años debían gritar “Liberen a nuestro hijo”.

Caminábamos a lo largo del malecón rumbo a la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. Yo buscaba el momento para salirme de la marcha, como hacía siempre. Me lo impidió una pared de jóvenes uniformados con boinas negras, rostros pétreos, las manos a la espalda.

No conocí a nadie que eligiera asistir a esas marchas y gritar para exigir el regreso de Elián. Pero como le dije al principio, desconfíe de todo el que pretenda venderle una verdadera realidad cubana. Desconfíe de mí que solo soy una cubana ignorante, como alguien me dijo recientemente.

Yo solo puedo contarle mi historia, intentar mostrarle mi parte de la verdad.

 

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