La Cuba de ensayo y error

Yusimí Rodríguez

Foto: juventudrebelde.cu

HAVANA TIMES — Algunas noches atrás, mientras leía en la sala de mi casa, me llegó la voz del profesor Manuel Calviño, en su programa «Vale la pena». Casi siempre comienza por contarnos un suceso que presenció o protagonizó, o leernos una carta enviada al programa, para hacernos reflexionar sobre algún tema.

Esta vez, relató una conversación entre unos jóvenes, sobre el futuro laboral. Uno prefería esperar que apareciera el trabajo que le convenía; el otro cambiaba constantemente de empleo, hasta encontrar algo que le acomodara.

El profesor procedió entonces a explicar las desventajas del primer comportamiento. Uno no puede simplemente sentarse a esperar que aparezca el empleo soñado.

Relacionó la segunda actitud con el ensayo y el error, y yo, que aún seguía concentrada en mi lectura, recordé que gracias al ensayo y el error aprendí (tarde) a montar bicicleta.

Entonces el profesor habló de un experimento realizado en algún lugar, hace algunos años, en el que un perro debía activar determinado mecanismo para comer, y perdía un montón de tiempo antes de lograrlo.

Pensé entonces que las personas no somos perros. Pero Calviño puso el pedestre ejemplo de esas ocasiones en que, ante un problema de albañilería, plomería o electricidad, y en aras de ahorrarnos dinero, recurrimos a un amigo que no es un experto en la materia, pero nos dice que intentará “dar pie con bola” para resolver el problema.

En ocasiones, si el problema es sencillo, lo logra. En otras, el problema es más complejo y el improvisado albañil, plomero o electricista, no logra resolverlo. A veces, lo complica. Al final concluimos que era mejor haber pagado un especialista en la materia, desde el principio.

Pero los grandes problemas del ensayo y el error son la pérdida de tiempo y el desgaste.

Esta fue la parte que me hizo parar la oreja y cerrar el libro.

Aclaro que su intención no era despertar ideas como las que vinieron a martillar en mi cabeza. Estoy segura de que el profesor es políticamente correcto y absolutamente confiable para el gobierno. Pero no pude evitar pensar en la sucesión de ensayos y, sobre todo, errores de nuestro gobierno y la consiguientes pérdida de tiempo y el desgaste… del pueblo.

En el 2010, en el espacio Jueves de la Revista Temas, escuché la intervención de una señora que estuvo en el grupo de planificación de la Zafra de los Diez Millones, que ahora conocemos como la Zafra del 70, porque los diez millones no solo no se lograron: el intento casi arrasó el país.

Aquella mujer advirtió que los diez millones no se lograrían, como experta que era en la producción de azúcar. Advirtió en dos ocasiones, pero no se le escuchó. Décadas después, le horroriza el cierre de los centrales azucareros, en el país con mejor infraestructura para la producción de azúcar, en el continente.

¿Cuál es el denominador común entre la Zafra del 70, la siembra del Café Caturra dos años antes, la Segunda Ley de Reforma Agraria, que dejó la mayor parte de las tierras cultivables en manos del Estado, el plan de Maestros Emergentes? El fracaso.

Ahora se entregan tierras ociosas en usufructo, para que el propietario las trabaje. ¿Pero por qué han estado ociosas durante tanto tiempo?

Me asustaría menos, si viniera acompañado del derecho a quejarme, del derecho a votar (o no) por un partido que una vez en el poder dé pie con bola o se equivoque, como se ha equivocado el único Partido legal que he visto en mi país, y que no necesita ir a elecciones.

En el 68 también se llevó a cabo la Ofensiva Revolucionaria, que consistió en la intervención de todos los negocios privados; hasta los timbiriches constituían vestigios de la burguesía y debían desaparecer.

Ahora, tienen que entregar licencias para el trabajo por cuenta propia, para que el sector privado absorba a todo el personal que ha quedado disponible en los centros de trabajo, y de paso intente detener el desplome económico del país.

Cada vez vemos más negocios privados: desde cafeterías hasta salas de video juegos; desde la reparación de efectos eléctricos hasta tirar las cartas o ser dandy en La Habana Vieja. Cada vez son más las cosas (aunque no todas) que usted puede hacer, mientras saque licencia y pague impuestos.

Solo que ahora, el país carece de infraestructura para el trabajo privado y casi ha habido que crearla sobre la marcha. Cada vez que leo la sección de Cartas a la dirección del Periódico Granma, Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba, aparecen quejas por malos tratos en las oficinas donde se realizan los trámites para obtener la licencia, negligencias, demoras, la falta de un mercando mayorista, las contradicciones entre lo que se anuncia y la realidad.

Pienso en los que dieron la bienvenida, y de paso sus mejores años, a la Revolución; los que aplaudieron ciegamente cada medida, convencidos de que construían una sociedad mejor, sin las diferencias sociales del capitalismo.

Ahora despertaron y las diferencias están ahí, y prometen hacerse más profundas: entre los empleados de un hotel y los maestros de escuelas primarias y secundarias; entre los padres que pueden pagar profesores particulares para sus hijos, y los que apenas pueden obsequiar un jabón el Día del Maestro.

Pero aún si el gobierno hubiese traído prosperidad económica al país, no compensaría la falta de libertad de prensa, de expresión, de asociación.

Ni el acceso universal a la educación y la salud, que no considero gratuitos, aunque sí un logro, compensan el miedo a decir lo que se piensa, a no votar, a no pertenecer a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), creados por el eterno líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro.

Entonces el profesor habló de un experimento realizado en algún lugar, hace algunos años, en el que un perro debía activar determinado mecanismo para comer, y perdía un montón de tiempo antes de lograrlo.

He escuchado muchas veces que el socialismo es el camino más largo para llegar al capitalismo y hacía reír. Ahora, me hace pensar en la reflexión del profesor Calviño: ¿no habría sido más fácil llamar a un especialista en la materia, desde el principio?

Siento que tenemos el capitalismo encima. Como buena alumna que fui, le tengo el miedo que me inculcaron.

Me asustaría menos, si viniera acompañado del derecho a quejarme, del derecho a votar (o no) por un partido que una vez en el poder dé pie con bola o se equivoque, como se ha equivocado el único Partido legal que he visto en mi país, y que no necesita ir a elecciones.

Reitero que no eran estas ideas las que pensaba despertar el profesor Calviño con su programa. Espero que nadie vea entre «Vale la pena» y mi texto, una relación como la que se ha establecido entre José Martí y el Asalto al Cuartel Moncada. Relación que nunca he visto.

Pero me apropiaré la frase con que el profesor cierra su programa para decir que tal vez «vale la pena» ver otras aristas del ensayo y el error, y preguntarnos hasta cuándo se puede cometer errores.                                                       

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