Por Yusimí Rodríguez (Fotos: Caridad)
La pregunta no es cuáles son las reglas, sino quién las establece. Si el poder decide quiénes participan en el debate y qué se puede debatir, ahí mismo terminó el debate.
Rafael Cruz Ramos lo deja claro. Al debate, solo aquellos que no cuestionen la autoridad del Partido ni se opongan al gobierno; la irreversibilidad del sistema socialista queda fuera de discusión.
Pero el autor es sincero al declarar desde el comienzo que “… una guerra de principios es una guerra por el poder. El poder de sostenerse sobre los principios, los del socialismo sobre los del capitalismo…”
Cruz Ramos afirma que nuestra Constitución vigente (que no es la de 1940, que Fidel Castro prometió restaurar) establece el carácter irreversible del socialismo en Cuba, y que esto fue decidido por la mayoría de la población. No explica que dicho referéndum no fue anónimo, que las personas (y me incluyo) temían represalias en caso de no firmar. De la misma forma que temen perder acceso a determinados empleos por no pertenecer al Comité de Defensa de la Revolución. Sin embargo, siempre hay quienes tienen coraje y consciencia suficientes para no ceder a la intimidación.
Pero ciñéndonos al principio de no regresar al capitalismo, pregunto: ¿Los socialistas opositores, también convencidos de que no debemos regresar al capitalismo, podrían no solo formar parte del debate, sino formar partidos legales, usar los medios de comunicación para exponer sus ideas al pueblo, y postular sus candidatos para acceder al poder?
No me refiero, y es importante aclararlo, a una aparente oposición creada por el propio gobierno, para, llegado el momento, dar la imagen de una democracia con pluralidad de partidos. Hablo aquí de opositores reales, convencidos del no retorno al capitalismo. De hecho, para muchos socialistas cubanos, es nuestro gobierno quien (si alguna vez fue socialista) regresa al capitalismo. ¿Hay espacio para esos socialistas, preocupados por el futuro de los cubanos sin acceso a remesas ni a montar prósperos negocios privados? Nuestra historia demuestra que no.
Según Cruz Ramos, el problema en Cuba ha sido un desentendimiento entre quién pone el ladrillo y quién dice dónde va. Y tiene razón. El pueblo pone el ladrillo donde indica el gobierno, que continúa equivocándose. Y negándole al pueblo la posibilidad de decidir por sí mismo dónde va el ladrillo, el gobierno se ha arrojado el derecho de ser el único en equivocarse una y otra vez. El papel del pueblo: acatar, pagar una y otra vez por los errores de los líderes, y sacrificarse por un futuro cada vez más incierto.
Bueno, si vamos a juzgar a las personas por aquellos a quienes abrazan o estrechan la mano, tanto Fidel Castro, como su hermano Raúl, han tenido como aliado al presidente de Nicaragua Daniel Ortega, de quien se afirma, como un secreto a voces, que por años violó a su hijastra.
En lo personal, no me imagino estrechando la mano de Posada Carriles o de Félix Rodríguez. No creo en la filosofía de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. No apruebo los métodos violentos de Posada Carriles, como no apruebo la violencia del grupo de acción y sabotaje del Movimiento 26 de julio, autor de actos terroristas, ni la violencia que llevó a Fidel Castro al poder, y le permitió gobernar durante 15 años sin convocar elecciones. Ernesto Guevara declaró orgullosamente en la ONU “hemos fusilado y seguiremos fusilando”; esos fusilados estaban tan desarmados e indefensos como él, cuando fue ultimado en Bolivia.
Casi al final de su artículo, y para terminar de asesinar el debate, Ramos Cruz asegura que los principios no son negociables. Irónicamente, el gobierno cubano (desde Fidel Castro hasta su hermano heredero, Raúl) no ha hecho sino negociar con los principios, siempre que la negociación les garantice permanecer en el poder: los negocios privados, incluso los pequeños, y el deporte profesional, fueron demonizados hasta que fue preciso recurrir a ellos como tablas de salvación.
El último ejemplo claro es el desfile de Karl Lagerfeld. El mismo capitalismo al que según Cruz Ramos no debemos regresar, se apropió de un espacio público, cerró las calles al pueblo y se exhibió en carros de lujo. ¿Y quiénes estaban ahí? Los herederos de nuestros líderes: la Dra. Mariela Castro y el Dr. Antonio Castro. ¿Quién le vende al pueblo el capitalismo disfrazado de futuro, e incluso de socialismo?
No es una guerra entre principios del socialismo y los del capitalismo. Ni siquiera es una guerra de principios. Es solo una guerra entre quienes aspiran a la democracia y quienes no están dispuestos a soltar el poder.
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