Como si la guerra no fuera bastante terrible

Yusimí Rodríguez

Alamar. Foto: Caridad

HAVANA TIMES — El pasado domingo visité a una pareja de amigos en Alamar. Cuando mi amiga me abrió la puerta, dijo al parecer había alguna actividad o celebración en el barrio, porque desde temprano sonaba música de Silvio Rodríguez que parecía salir de los mismos alto parlantes que disparan reggaeton, con motivo de alguna festividad.

Yo no había percibido nada festivo en el ambiente a medida que me acercaba a su edificio, solo había visto algunos hombres en los bajos. Una hora después, no se escuchaba nada y conversábamos tranquilamente mientras su esposo se preparaba para ir a comprar el pan, cuando sonó un estruendo y solo atiné a acurrucarme en el colchón de mis amigos.

No tuve tiempo de preguntarme qué pasaba, solo de sentir pánico. Creo que solté una mala palabra. Con el segundo estruendo supimos que eran disparos: un simulacro de guerra, uno de esos ejercicios de defensa contra esa invasión que ha pendido durante más de medio siglo sobre nuestras cabezas.

Mi amiga corrió al cuarto de su hijo para advertirle que no sucedía nada grave, solo un simulacro de guerra, pero era tarde. El muchacho ya había saltado de la cama con un susto de muerte. Me fui una hora después sin que hubiera logrado recuperar el sueño.

Recordé en ese momento que entre las personas que había visto en los bajos del edificio, había un señor mayor con un fusil. Supuse que mis amigos habían logrado sustraerse de la realidad lo suficiente como para ignorar que habría un ejercicio militar esa mañana, pero no eran los únicos desinformados.

Otros vecinos se quejaron de la falta de un cartel, de una información previa, para que aquello no los tomara desprevenidos. Ni la ideológica del Comité de Defensa de la Revolución sabía del ejercicio.

Los vecinos dirigían sus quejas bastante airadas a un uniformado que parecía estar al frente de toda la operación. La distancia y los disparos que aún continuaban no me permitieron escuchar su respuesta, pero pude ver la expresión arrogante de su rostro, la forma en que manoteó ante las caras de quienes protestaban.

Alamar. Foto: Caridad

Nada en su actitud indicaba que considerara necesario ofrecer una disculpa por interrumpir el descanso dominical de los vecinos. Actuaba como un jefe militar ante sus subordinados, alguien que no está acostumbrado a que lo contradigan, a escuchar quejas.

La guerra de por sí ya es bastante terrible como para que se hagan simulacros de ella, pero supongo que en Cuba es inevitable. Varias generaciones de cubanos hemos vivido en ese estado de sitio, bajo amenaza perpetua.

Como en el ajedrez, la amenaza ha sido más eficaz que la ejecución; cualquier atropello contra quienes osen disentir, cualquier elemental derecho violado, queda justificado con esa amenaza, que nos obliga, además, a prepararnos para la guerra de todo el pueblo, para enfrentar una invasión que ha sido inminente por más de cincuenta años.

Con previo aviso, una encuentra todo eso más o menos soportable, aún cuando suceda el día en que puedes dormir hasta la hora que te venga en ganas. Imagínate si ni siquiera aparece la necesaria gota de sentido común, sino para respetar tu derecho al descanso, al menos para ahorrar un susto a niños, personas mayores, animales domésticos.

Confieso que también me asombró que los vecinos protestaran. Una cosa es molestarse y otra atreverse a acercarse a aquel militar y echárselo en cara, a decirle que no tenía derecho a asustarlos así.

No fueron más de cuatro personas y creo que todas eran mujeres, suficientes para hacerme sentir un poco mejor en medio de la situación. Esas cuatro personas representarían tal vez el diez por ciento de la totalidad de vecinos del edificio, pero ya estoy acostumbrada a que en mi país, quienes se atreven a protestar, quienes señalan lo que está mal, constituyen una minoría.

Mientras, un anciano bajaba una ligera pendiente con su fusil en la mano, con entusiasmo infantil… y con bastante dificultad. Viéndolo, no pude evitar preguntarme qué sucedería en una guerra real. ¿De qué nos serviría toda aquella parafernalia, aquellas armas obsoletas? ¿Qué podría hacer aquel anciano, aparte de morir heroicamente?

Debo sentirme afortunada de que aquellos disparos no fueran más que un simulacro patético. Ojalá no pasemos de ahí, que la próxima vez que unos estruendos como esos saquen a relucir mi cobardía, se trate de otro simulacro.

Pero agradecería mucho estar avisada, creo que mis amigos, su hijo y sus vecinos, también. Sería terrible que pereciéramos antes de la guerra a causa de un infarto, provocado justamente por aquellos que se preparan para defendernos durante la guerra.

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