Añoranza por las aulas

Yusimi Rodríguez

Politecnico. Foto: granma.cubaweb.cu

HAVANA TIMES — Me impartió clases de física en noveno grado y es uno de los mejores profesores que he tenido. Conste que no lo comparo con profesores mediocres o formados a medias.

Pertenezco a una de las generaciones afortunadas de este país que contó con buenos profesores, que no solo tenían una excelente formación en cuanto al contenido que impartían y a la pedagogía empleada para hacerlo. Tenían además unas ganas enormes de dar clases.

De esos era mi profesor de física. Sus clases comenzaban siempre con un experimento; llegó a hacerlos incluso en el matutino, ante toda la escuela, y eran espectaculares.

Nunca voy a olvidar cómo atravesó un condón inflado con una aguja de más de cincuenta centímetros de largo, sin que el condón reventara.

Volví a verlo durante el primer año de mi carrera, cuando hice un concentrado laboral de un mes en un preuniversitario en el campo. Fue él quien me reconoció en el comedor, durante esos días fuimos casi colegas.

Volví a verlo solo unos días atrás. El negocio de los masajes está un poco flojo, pero se ayuda con lo que aparezca. “El problema es que tú puedes ser muy profesional, muy universitario, pero hay que tener claro que del título no se vive, por lo menos aquí”, me dice.

Lo recuerdo leyendo un libro de física en medio de una reunión del sindicato. Leía sus libros de física para no reventar ante las cosas que no entendía: “¿Por qué tengo que ir a buscar a los alumnos al albergue cuando no van a clases?  ¿Por qué tengo que regalarles las notas si no aprueban? ¿Porqué soy responsable de que suspendan si ellos son los que se ausentan y no estudian, mientras yo estoy aquí todos los días temprano, preparo bien mis clases…?”, se preguntaba.

Pensé que esas habían sido las causas de que abandonara Educación, cuando me lo encontré dos años más tarde y ya no era profesor. Traía viandas del campo para vender en La Habana. Pero la razón era más simple: “me estaba muriendo de hambre, negra”. Y entonces le brillaron los ojos y me dijo: “tengo unas ganas de dar clases”.

Poco después, era profesor nuevamente en una beca. “Es más fuerte que yo”, me dijo cuando volvimos a encontrarnos. Entonces, no lo vi más hasta el año 2000. ¿Dónde? Nada menos que en un curso de masaje. Era el primero para mí, y el tercero o cuarto para él.

Algo complementario, porque llevaba más de un año dedicándose al masaje. A mí me interesaba saber de las técnicas que él ya conocía, de los precios, cómo hacer clientela, porque aunque era profesora en un tecnológico, me interesaba tener una fuente de ingresos extra que me hiciera la vida más fácil. Pero de alguna forma terminábamos hablando de Educación, de sus recuerdos, de las ganas que tenía de impartir física otra vez.

Hemos seguido encontrándonos a lo largo de los años. Ha sido administrador, planificador; en una época era el ayudante de un chofer que en las vacaciones llevaba a la gente a la playa en una guagua. Ha regresado a las aulas en más de una ocasión, y en más de una ocasión ha vuelto a desertar.

Clase de primaria. Foto: granma.cubaweb.cu

Volví a verlo solo unos días atrás. El negocio de los masajes está un poco flojo, pero se ayuda con lo que aparezca. “El problema es que tú puedes ser muy profesional, muy universitario, pero hay que tener claro que del título no se vive, por lo menos aquí”, me dice.

Le pregunté si ya se le había curado la nostalgia por el aula, y me respondió: “Nunca”. Pero le entristece el estado de la Educación en Cuba. “Se retrocedió mucho con eso de las teleclases, los maestros emergentes, los profesores generales integrales que tenían que impartir todas las asignaturas en secundaria; eso era un disparate, yo no acepté eso.

Ahora parece que por fin se dieron cuenta y las cosas van a mejorar, pero hay por lo menos una generación que ya se jodió con ese sistema”.  Le pregunté si estaba dispuesto a volver a impartir clases si las cosas mejoraban, y por un momento volvieron a brillarle los ojos, pero enseguida lo atrapó el pesimismo.

O simplemente el realismo: “Ya tengo más de cincuenta años, no sé cuántos tendré cuando las cosas hayan tomado su lugar, pero si mejoran a tiempo… creo que sí, que volvería a dar clases”.

Al bajar de la guagua íbamos en sentidos diferentes. Yo, a intentar rellenar un cartucho de impresora; él, a dar un masaje. “Hay que estar donde esté el billete, negra”, fue su frase de despedida.

No lo culpo. Educación es uno de los sectores que más sufrió con el Período Especial (que no se sabe si ya terminó) y uno de los que más sufre aún. En Educación no hay “jabitas”, no hay “búsqueda”, y la divisa, hay que divisarla de lejos.

Es uno de los que perdieron el juego, en cierta forma.  Abandonar la vocación de uno es siempre triste, aunque uno se forre de dinero; y más triste aún si ni siquiera te forras de dinero, solo sobrevives. Es también uno de los que se perdieron quienes debieron conformarse con recibir clases de un profesor a medio hacer.

No lo culpo. Educación es uno de los sectores que más sufrió con el Período Especial (que no se sabe si ya terminó) y uno de los que más sufre aún. En Educación no hay “jabitas”, no hay “búsqueda”, y la divisa, hay que divisarla de lejos.

No será un Héroe del Trabajo en la República de Cuba, pero sí un héroe para su familia, a la que ha mantenido a flote en medio de la(s) crisis. No lo admiro menos que a esos otros profesores que me dieron clases o fueron mis colegas durante mi breve estancia en Educación.

A diferencia de mí, y a pesar del salario que no les alcanza, de las condiciones difíciles en las que han tenido que trabajar, de que no dan abasto, de los errores que se han cometido en el sector, siguen de pie en el aula, frente a sus alumnos, sin que les pase por la mente la idea de renunciar. Ellos también son héroes.

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