Yusimí Rodríguez (fotos: Caridad)
¿Y nuestra generación aquí en Cuba?, pensé. ¿Por qué siento que también nos perdimos?
Hace cuatro años vi el documental “El telón de azúcar”, de la chilena Camila Guzmán (se describe como cubana de corazón). El filme comienza en una escuela primaria, durante los setenta, y muestra la vida de los pioneros de entonces.
Son personas poco mayores que yo, que usaron pañoleta y boina; gritaron “Seremos como el Ché”, como yo. Eran los forjadores del futuro. Entonces, llegan los años noventa y el Período Especial les cae encima como una pared de ladrillos.
La directora entrevista a varios jóvenes, que hoy rozarán los cuarenta años, y vemos en qué se convirtió el futuro glorioso que iban a construir: una acumulación de carencias y decepciones.
Varios de los entrevistados no viven en Cuba.
En lo personal
Solo quedamos tres aquí. El resto vive fuera.
Julio no fue el primero en partir, pero sí en intentarlo. Se lanzó al mar muchas veces, en balsas construidas por él mismo. Lo agarraban siempre y pasaba un tiempo preso antes de volver a intentarlo.
Eran los años ochenta, la época dorada de este país. ¿Qué podía estar tan mal, para que Julio arriesgara su vida para irse? Lo logró en los noventa.
Los otros fueron desapareciendo paulatinamente, como los amigos que hice en la secundaria, en el preuniversitario, en la universidad.
El artículo de Granma cita datos de la OIT, según la cual, hay 75 millones de desempleados en el mundo. Cuatro millones más que en el 2007.
¿Incluye esa cifra a los cubanos que han quedado disponibles?
En el 2007, yo estaba entre los afortunados con empleo. El salario me permitía comprar los productos racionados (que duran alrededor de quince días), la comida necesaria para subsistir el resto del mes, costear el transporte público.
Aquella señora alfabetizó, sembró y recogió café, donó muchas horas de trabajo voluntario a la Revolución.
Cinco años después, aún soy de las afortunadas con empleo. El salario me alcanza para menos cosas: muchos productos han sido liberados y cuestan más. La señora se jubiló, pero sigue trabajando. La jubilación no le alcanza para subsistir.
La respeto. Pero no todos estamos aptos para contentarnos con ese porvenir. Algunos optaron por irse; otros no tuvimos la oportunidad o preferimos quedarnos y observar cómo el barco naufraga y nos arrastra. O intentar cambiar las cosas.
Sin mirar atrás
Siempre me pregunto cómo será la vida de emigrante. Hemos sido ciudadanos de segunda clase en nuestro propio país por tanto tiempo, viendo los privilegios de los extranjeros con respecto a nosotros, que llegamos a pensar que es una ventaja ser extranjero.
Un entrevistado que emigró a España y regresó, afirma: “el emigrante deja de ser del lugar que abandonó y nunca pertenece a donde emigra”.
De lo que estoy segura es que somos afortunados, quienes nos quedamos y quienes se fueron. Al menos, podemos contarlo. Los verdaderos jodidos son los que partieron y no llegaron. Generaciones de cubanos desparecidos en el mar. Generaciones de cubanos llorando a familiares desaparecidos en el mar.
A muchos no les faltaba un empleo aquí. Les faltaba la seguridad de avanzar hacia alguna parte, de trabajar por algo; libertad. Aún nos faltan esas cosas.
El mundo perderá una generación si no revierte el desempleo juvenil.
¿Qué habrá que revertir en Cuba para que no sigan perdiéndose generaciones de cubanos? ¿Para que no continúen abandonando el país a cualquier precio? ¿Para que sintamos que es posible construirnos un futuro en nuestra tierra?
Por supuesto, que nos discrimina, nadie quiere oír lo que está mal, todo el mundo…
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