Por Peregrino Pérez
Lo que más me sorprendió no fue que quienes se dedican al tatuaje quieran organizarse, sino los impulsores y contenido de ese proyecto.
Resulta que este ha sido redactado por un militar retirado de las Fuerzas Armadas, abogado de profesión, una figura totalmente anacrónica en aquel lugar donde casi todos llevamos un look poco tradicional, con tatuajes y pelos largos.
La excusa para la reunión fue una Convención de Tatuajes dentro del evento de artes visuales que promueve en Matanzas la Asociación Hermanos Saíz. Casi nadie sabía de ese proyecto, ni de qué va.
Pensé que lo primero en proponerse sería redimir el desamparo legal de esa actividad, que no aparece entre las opciones de trabajo por cuenta propia y ninguna otra forma de comercialización. Por esa razón algunos de los que practican arte corporal han sido víctimas de detenciones y decomiso de sus equipos de trabajo.
Pero nada más alejado de ese propósito. Allí se nos leyó un extenso documento, que en casi su totalidad abordaba el peligro de las enfermedades de trasmisión sexual a través de agujas y la necesidad del Ministerio de Salud Pública de regular los talleres de tatuaje mediante licencias sanitarias.
Invitó a los presentes a que le dirigieran propuestas para enriquecer el documento, sin embargo, se mostró poco receptivo a las críticas.
La impresión que me dejó el evento es que la idea no nació en la base, entre los verdaderos protagonistas, los artistas del tatuaje. Más bien provino de la dirección política, que se percata de cómo cada vez más las personas alrededor del tatuaje se van convirtiendo en grupos de interacción social sobre el cual no poseen ningún tipo de control.
Con muy parecidos argumentos se crearon las agencias de Rap y de Rock cubanos, que, lejos de contribuir a organizar y fortalecer el movimiento, marcaron el inicio de una crisis de la cual no han podido recuperarse esos sendos movimientos contraculturales, de lo más auténtico surgido en Cuba.
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