Un testamento de Fidel Castro aparece en Paris

 

HAVANA TIMES – Otro Tratado de París se tituló la pieza realizada ayer 24 de enero en el Evento Hors Pistes 2018 | La Nation et ses Fictions, en el Centro Pompidou de París.

Sus autores Luis Manuel Otero Alcántara y Yanelys Nuñez Leyva a través de un gesto artístico recrean mediante una ficción, un supuesto testamento político hallado, las últimas reflexiones de Fidel Castro acerca de su gobierno, la Revolución y el futuro de Cuba.

Colaboradores: Enrique del Risco, Pedro Ruiz. Comisionado por Hors Pistes y Elegoa Cultural Productions.

 

Otro Tratado de París from havanatimes on Vimeo.

Comisionado y producido por Centro Pompidou y Elegoa Cultural productions. Hors Pistes: La Nación y sus ficciones. 24 de enero de 2018.

 

El texto:

23 de noviembre de 2016

Compatriotas:

Siendo esta la última vez que me dirija a ustedes siento especial necesidad de hablar no solo a los que siempre me han acompañado sino a los que por una concepción equivocada de la Historia se me han opuesto. Quiero dirigirme, en fin, a todos los que me acompañaron en mi arduo recorrido por la Historia de nuestro país sin importar de qué lado de la trinchera estuvieran: en el Moncada, en la Sierra, en Girón, en la Crisis de Octubre, en el Escambray, en las UMAP, en Angola, en Etiopía, en la Embajada del Perú, en el Mariel, en la Causa Número 1 de 1989, en el Maleconazo, en la Crisis de los Balseros, en los desfiles dominicales de las llamadas Damas de Blanco.

¡En cada uno de esos momentos siempre hubo cubanos dispuestos a derramar su sangre o la del prójimo, sin importar si tenían o no la razón!  La tarea que teníamos delante, la de construir el socialismo en las mismas barbas del imperialismo norteamericano (o la de impedirlo, en el caso de los que se oponían a la obra de la Revolución) era inmensa.

Hoy, lamentablemente, somos más capitalistas que hace cuarenta años, pero no podemos decir que nuestro esfuerzo haya sido en vano. Y no ha sido en vano porque nos ha permitido reflexionar sobre nuestros aciertos y nuestros errores. Aciertos hemos tenido muchos.

Y no me refiero solo a la educación, a la salud, a las medallas olímpicas o a nuestro magnífico Ballet Nacional. También habrá que tener en cuenta la próspera ciudad que los cubanos hemos hecho florecer al otro lado del estrecho de la Florida, una ciudad en la que conviven compatriotas de diferentes generaciones y concepciones políticas e ideológicas del mundo.

Pero también en nuestro esfuerzo por construir una sociedad nueva hemos cometido errores y excesos que nos deben obligar a la reflexión para evitar repetirlos en el futuro. Porque podría decirse, por ejemplo, que nunca un pueblo en Latinoamérica depositó tanta confianza en su líder y nunca ese líder traicionó tanto tal confianza.

Podría decirse incluso que, en mi esfuerzo por defender las conquistas de la Revolución y el Socialismo no me detuve ante nada: ni ante el fusilamiento de colaboradores cercanos como el general Ochoa ni ante el asesinato de niños, como los del Remolcador 13 de Marzo. Habrá que analizar si fue correcto encarcelar, desterrar o ejecutar a tantos compatriotas o haber abusado de la forma en que lo hice con los deseos y esfuerzos de muchos otros por crear un mundo mejor.

Debe analizarse si fue del todo correcto y justificado destruir la riqueza acumulada por tantas generaciones desde los comienzos de la Nación; o hacerle creer a las nuevas generaciones que toda nuestra historia era una acumulación infinita de miserias y que no podíamos aspirar a otra cosa que a más miseria y subdesarrollo.

Podría decirse incluso que jamás en la historia de este país se ha sufrido de un gobierno tan arbitrario y criminal como el mío; o que ninguno de nuestros gobernantes gozó de tanto poder como yo ni le dio un uso tan abusivo a ese poder.

En cualquier caso de todos los fracasos, errores, excesos y tendencias negativas sufridos por este país en las últimas décadas no se puede culpar a nadie más que a mí. Es absolutamente mía la responsabilidad. ¿Voy a culpar a alguien?  ¡No!  ¿a los imperialistas?  ¡No!  ¡Tengo que culparme a mí mismo! Porque, si absoluto fue mi poder, absoluta deberá ser también mi responsabilidad ante las dificultades que les he causado.

Podría culpárseme, por ejemplo, del asesinato de más de ocho mil personas, del encarcelamiento de decenas de miles por el delito de oponérseme; y del destierro de millones.

Culpárseme también de haber destruido todas las mejores instituciones de este país para erigir otras que estuvieran a mi servicio; culpable de destruir la economía y aniquilar sus principales industrias; de reducir a escombros lo mejor de nuestras ciudades.

Culpárseme de convertir a cada cubano en enemigo potencial de otros cubanos y a cada familia cubana en un campo de batalla, dividido hasta el infinito. Culpárseme de que el odio y la desconfianza sean hoy nuestros idiomas oficiales.

Culpárseme de haber llevado a cientos de miles de cubanos a muchas partes del mundo a matar y dejarse matar a mayor gloria de la Revolución.

Culpárseme de hacer esta isla un sitio hostil e inhabitable y de convertir el escape de ella en la única esperanza posible del cubano. Culpárseme de las muertes de quienes trataban de escapar y, por supuesto, de las muertes de aquellos que fueron ejecutados mientras escapaban.

Sin embargo, me tocó cumplir con esta histórica tarea y fui consecuente con ella.

No sé si estarán dispuestos a disculparme por estos hechos. Aun así quiero ofrecer disculpas. Pedir disculpas a todos los que han resultado lastimados por mis acciones y decisiones. Pero también quiero pedir disculpas a los que me obedecieron y me siguen venerando todavía. Discúlpenme si los he convertido en la peor posibilidad de sí mismos: en represores, en informantes, en expertos en diferentes variantes de la miseria humana. Discúlpenme si no les permití encontrar mejor sentido para sus vidas que el servirme a mí y a mis proyectos “más grandes que nosotros mismos” como alguna vez dije. Discúlpenme por insistirles en que defendieran un régimen en el que ni siquiera sus hijos quieren o pueden vivir.

Pido disculpas por calumniar el pasado de esta Nación solo para enaltecer el presente que les ofrecía; disculpas por todo el futuro que les pude negar.

Pido disculpas si retorcí el carácter del cubano, si fomenté sus egoísmos y bajezas; quiero disculparme por estimular la adulación y perseguir la crítica.

Quiero pedir disculpas por destruir el sentido de ciertos conceptos y palabras: por convertir lo bueno en malo y lo malo en bueno; por perseguir la decencia y premiar la vileza; por asociar la nación a mi régimen y convertirme a mí mismo en sinónimo del país. 

Disculpas por convertir la patria en un sinónimo de muerte.

Espero que el reconocimiento de estos errores nos haga más sabios y tolerantes. Es por eso que invito a mis compatriotas de todas partes del mundo que se unan en pro de la prosperidad de la Nación sin importar cuáles sean sus ideales. Quiero también advertirles a los nuevos dirigentes de mi país que tengan mucho cuidado con el poder porque el poder corrompe como lo he podido comprobar en carne propia. Y que en el futuro democrático de la isla recuerden estas lecciones.

Patria y vida. ¡Venceremos!

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