Un emprendedor cubano y su conciencia social

por Fernando Ravsberg   (Photos Raquel Pérez Díaz)

La peluqueria de papito. Foto: Raquel Pérez Díaz

 

HAVANA TIMES —“Todavía no logro digerir bien el encuentro con Obama; estar parado frente a él, en Cuba, y poder hablarle de tú a tú sobre mi proyecto, es indescriptible. El nos contó que en su país un joven emprendedor no tiene límites, trabajando desde el garaje de su casa puede ganar millónes de USD. Parece que es un mecanismo que les funciona bien a los americanos porque es parte de su cultura, pero difiere mucho de la nuestra”, nos dice Gilberto Valladares, a quien todo el mundo conoce como Papito el Peluquero.

“Los cubanos tenemos una cultura muy solidaria, somos solidarios entre la familia, con los amigos, con los vecinos, incluso con otros pueblos”, nos explica para que entendamos por qué “yo no puedo hacerme millonario con mi negocio, viendo a la gente a mi alrededor pasar necesidades. Desde que inicié mi peluquería tenía el sueño de crear un proyecto cultural que trascendiera mi negocio”.  Nos advierte que él no tiene nada en contra de ganar mucho dinero, “porque hace falta para sobrevivir y también para alcanzar los sueños”.

“A mí los sueños se me van encadenando unos con otros, así que me propuse hacer un proyecto cultural, crear “el callejón de los peluqueros”, aquí en mi misma cuadra, la más fea que había en toda la Habana Vieja”.

Primero creó un museo de los peluqueros, recogiendo, comprando, intercambiando por La Habana tijeras viejas, navajas de afeitar, brochas, cajas registradoras, sillones de principios del siglo XX, hasta que el museo tomó forma. “El problema es que a mí los sueños se me van encadenando unos con otros, así que me propuse hacer un proyecto cultural, crear “el callejón de los peluqueros”, aquí en mi misma cuadra, la más fea que había en toda la Habana Vieja. Ya yo sabía quién me podía entender y ayudar”.

Encontrarse con el historiador de La Habana, Eusebio Leal, nunca fue difícil, basta caminar un poco las calles del casco antiguo para verlo ir de una obra a otra, vestido con camisa y pantalón gris de trabajo. “Así, casualmente -dice sonriendo Papito- me topé con él en la calle y le planteé mi idea. Me miró a los ojos unos segundos y después me preguntó ¿qué necesitas? Nos adoquinaron la calle, restauraron algunas fachadas y, lo más importante, nos dio un respaldo institucional. Algunos me preguntan cómo logré convencerlo y yo creo que fue muy fácil, porque mi sueño estaba inspirado en sus propios sueños”.

Entonces se hizo la magia y la calle más fea de la Habana Vieja se transformó como Cenicienta, pero nada desapareció a la medianoche, por el contrario, cada vez fue creciendo la belleza del lugar. Las fachadas de los edificios se decoraron con obras de arte, todas referentes al oficio de los peluqueros. “Creamos una escuela de peluquería para enseñarle un oficio a los jóvenes del barrio desvinculados del trabajo y del estudio. Les dimos la posibilidad de que aprendieran a ganarse la vida y les ofrecimos después un empleo, algunos incluso terminaron en peluquerías de cruceros”.

“Hemos hecho un acuerdo con la asociación de sordos para formar en nuestra escuela peluqueras con problemas de audición. Hoy son la mayoría de nuestros alumnos, yo estoy aprendiendo, incluso, un poco del lenguaje de las manos”.

La magia atrajo a las personas al Callejón de los Peluqueros y los vecinos empezaron a crear sus propios emprendimientos, cafeterías, venta de artesanías, restaurantes y cuando llegaron los turistas extranjeros, se abrieron incluso hostales. “Todos los vecinos del callejón tienen hoy mayores ingresos, todos viven mejor, el que no ha creado su propio negocio trabaja en los que han abierto otros”. Y todas estas empresas forman parte de un entramado que contribuye  a seguir mejorando las condiciones del barrio.

Todos los emprendedores colaboran económicamente para desarrollar el proyecto. El grupo musical que ameniza, por ejemplo, da cada miércoles un concierto de son en la Casa del Abuelo para que los ancianos del barrio bailen, canten y se diviertan. Ahora crearán una manilla (similar a la de los hoteles todo-incluido) para que los turistas que se hospeden en el barrio tengan un 15% de descuento en todos los negocios del callejón. “Las manillas la fabricarán los abuelos y nosotros se las compramos para que con ese dinero ellos puedan organizar excursiones a la playa, al campo o a donde les apetezca ir”.

“Este año comenzamos un curso de barman para formar jóvenes. Conseguimos que la firma cubano francesa que produce el ron Habana Club nos financie la mayor parte del programa. Ponen los profesores, la bebida, les entregan un título oficial y los más destacados pueden ser contratados en cruceros europeos”. Para Papito una de las claves del éxito de su proyecto es justamente haber podido mezclar en un mismo esfuerzo la voluntad de empresas del Estado, instituciones, emprendedores y la comunidad.

Papito creó un museo de los peluqueros, recogiendo, comprando, intercambiando por La Habana tijeras viejas, navajas de afeitar, brochas, cajas registradoras, sillones de principios del siglo XX, hasta que el museo tomó forma.

Una y otra vez, cuando la entrevista parece llegar a su fin Papito se acuerda de otra cosa y nos lleva para verla. “Queremos mezclar lo público con lo comunitario, en la carnicería vamos a hacer un museo del futbol, porque a los chicos les encanta y nos tomamos la bodega del barrio para crear un museo de cajas registradoras”, nos dice mientras nos pasea frente a una veintena de artilugios, algunos tan viejos que no sabría bien ni cómo funcionan.

En la calle todos saludan a Papito como a cualquier otro vecino, hasta que una ancianita rusa acompañada de dos perros chihuahuas se para a su espalda intentando llegar con la mano hasta su cabeza para hacerlo aparecer con cuernos en la foto. Cuando la descubren ríe como un niño travieso y le dice algo a Papito sobre las chicas sordas que van a la Casa de Abuelo a bailar. Entonces la entrevista vuelve a empezar.

“Hemos hecho un acuerdo con la asociación de sordos para formar en nuestra escuela peluqueras con problemas de audición. Hoy son la mayoría de nuestros alumnos, yo estoy  aprendiendo incluso un poco del lenguaje de las manos”, nos dice Papito otra vez entusiasmado y agrega que “somos un proyecto de desarrollo local sustentable, cuando ellas se gradúen les daremos un local para que monten su propia peluquería, bajo el compromiso de enseñar gratuitamente a otros sordos el oficio”.

¿Te das cuenta de que estas creando tu propia competencia profesional?, le pregunto y él no lo piensa ni un segundo para responderme “no, lo que estoy haciendo es multiplicar mi propio sueño”.

Entonces se hizo la magia y la calle más fea de la Habana Vieja se transformó como Cenicienta, pero nada desapareció a la medianoche, por el contrario, cada vez fue creciendo la belleza del lugar.

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