Teatro callejero en Cuba, ¿lujo o necesidad?

Fotos por Néster Núñez

Texto y Fotos por Néster Núñez (Joven Cuba)

HAVANA TIMES – Las bembas más rojas y más grandes del mundo aparecen de pronto en la plaza. Su dueña mide dos metros, demasiado para unos niños que miran desde allá abajo y que se ríen de tanta exageración. Llueven las fotos, las videollamadas. Una niña señala las manos inmensas, las uñas plásticas, la piel negrísima, la almohada bajo el vestido morado, donde van las nalgas y, antes de regresar al trabajo, el padre en la pantalla comparte la alegría de su hija al menos un par de minutos. «Menos mal que todavía hacen esas actividades –dice él a su esposa, a la que hace más de dos años no abraza–. Cuando termine vayan a almorzar a alguna parte, una pizza al menos, no seas tan ahorradora». Ella asiente, se dan un beso virtual y gira el teléfono para que él vea a la niña correr hacia donde han aparecido unos zanqueros.

Amarillo, morado, rojo, blanco, azul… Los zanqueros de la Compañía Noria son un disturbio de colores. Un alivio al humo de los días, al negro del carbón, a las sombras largas proyectadas en las paredes en medio de los apagones nocturnos. Los payasos del Mirón Cubano o de Teatro Andante tropiezan con un obstáculo invisible y caen solo para arrancarles carcajadas fáciles a las niñas de sayitas azules, cuyas madres aún tienen los recursos –dinero, tiempo, voluntad, amor– para llevarlas a bailar y a crecer al proyecto cultural Corcel de Esperanza. Hay más madres que padres entre los presentes, y mayorea el blanco en las pieles. Se notan las diferencias. Algunos de tez mulata disfrutan, sin integrarse al 100, desde un banco apartado. Pero entonces, como si mil corazones latieran al unísono, se escucha el sonido ancestral de los tambores, y todo se mezcla.

Los zapatos más gastados con los nuevos, los pelos rubios con los trigueños, los vestidos con los pantalones, los colombianos con los mexicanos, los avileños, los cienfuegueros, los de Matanzas, artistas y espectadores… todos van en el pasacalle que inaugura la XIII Jornada Internacional de Teatro Callejero. En la próxima esquina una señora me pasa por al lado susurrando:

–Como está la situación y el gobierno se pone a gastar dinero en esto.

No tiene tipo de hablar con odio. Más bien, por el sudor en su frente, parece de las que camina del trabajo a su casa porque no hay transporte público, o de las que hace magia con los cuatro mil pesos de salario para comprar medicamentos y comida para su madre enferma, o que viene frustrada de la cola del cajero automático sin efectivo en la cartera, o de las que no durmió bien por el calor y los mosquitos, y el cansancio físico y espiritual se le acumula día y madrugada. Una de esas cubanas que conforman la mayoría.

Haberla escuchado me hace ver la fiesta, el teatro, la puesta en escena, desde otra perspectiva. No hay pan, pero aún podemos darle circo al pueblo… ¿Es ese el pensamiento de los organizadores? ¿La intención es contribuir a la evasión colectiva, embelesar, engañar, vender la idea de normalidad? ¿En las circunstancias actuales es necesario, útil, beneficioso, hacer este tipo de eventos?

–Yo creo que sí –me responde sin dudar Miguel Pérez, de Teatro de los Elementos–. ¿Cuántas personas disfrutaron de ese pasacalle? Y no solo las que estaban, sino las que salían y se asomaban a las puertas y a los balcones de sus casas. Estaban en apagón también. Hay que ver cómo les cambiaba las caras mientras pasábamos. Otro ejemplo: los escritores de Ediciones Matanzas estaban en el Parque de la Rueda escribiendo cartas de amor, poemas, cualquier tipo de mensajes. Como soy actor y también narrador oral, hice promoción de aquello. Allí había muchísimas personas haciendo cola para entrar al banco, parados bajo el sol, y se acercaron, tuvieron minutos distintos, a algunas se les dio un abrazo. Porque también son necesidades que tiene uno. El público necesita esa alegría. Yo mismo tengo tres hijos y ninguno está aquí, viven en Estados Unidos. Hubiera querido traer a mi nieto, pero no pude.

El gremio de los teatristas padece las secuelas de la crisis como el resto. En sus propias casas, en su propia piel, y en el trabajo. La creación cuesta demasiado cuando la mente está pensando en lo inmediato: el plato de comida de hoy, el carbón para cocinar, en si tendrán electricidad a la hora del ensayo. Pese a todo, acudieron en masa a esta XIII Jornada de Teatro. Desde sus inicios en el 2002, tuvieron el propósito de llevar un poco de buen arte a los barrios periféricos, incluso a otros municipios. Este año, sin embargo, la mayor parte de las actividades se han programado en el centro de la ciudad. La escasez de combustible para el transporte y los circuitos apagados obligaron a cancelar algunas funciones y postergar la intención de promover la espiritualidad, la fantasía y los sueños donde probablemente sean más duras las condiciones de vida.

–Como artistas no solamente transmitimos risas, sorpresas. Creo que también podemos sembrar un mensaje. En mis espectáculos yo hablo de los sueños, de enfrentar los miedos. Cada artista se conecta con el mensaje que siente –dice Leandro Peré, un argentino-colombiano que encarna al payaso Leleque–. Creo que a veces a una persona le puedes cambiar la vida haciéndole reflexionar con esta sola pregunta: ¿Qué estás haciendo por tus sueños? Uno vino al mundo a aportar, y desde el arte es desde donde aporto. Yo estaba bien en Argentina: un amigo y yo rentamos una casita, tenía un auto que casi no usaba y un trabajo de lunes a sábado. Encima, dedicaba dos horas para ir y dos para regresar del trabajo. Me quedaba solo un día libre para ver a los amigos, estar con la familia, con la pareja, ir al fútbol, no sé… ¿Quién me pagaba todo ese tiempo? Al entenderlo, decidí retomar al payaso Leleque, que había surgido mucho antes. Dentro de los cientos de personas que van a mis funciones, ¿quién quita que al menos una tome la decisión correcta para su vida cuando yo les pregunto si están haciendo algo por sus sueños?

Una niña como de seis años se cruza de brazos delante de Leleque, en lo que pregunta: «¿Te acuerdas de mí?». Leleque abre mucho los ojos, abre también la boca sin decir palabra y se rasca la cabeza… Por suerte, la madre de la niña acude en ayuda del payaso: le muestra una foto. La misma niña, más pequeña, está junto a Leleque con los brazos cruzados y los cachetes inflados. Entonces basta con que él adopte la misma posición y vuelvan a retratarse. «Les hablé de ti a los niños de mi escuela, y y y… pinté un dibujo tuyo saliendo del globo», dice la niña.

A ellas dos no hace falta preguntarles si está bien empleado el dinero que cuesta un festival como este. Después de casi normalizar las carencias materiales de todo tipo, sería un suicidio dejarnos arrebatar también los eventos de la cultura que son para el pueblo, no para ciertas élites. Por esta vez, y ojalá para siempre, la Dirección Provincial de Cultura dispuso de los fondos necesarios. Un dinero que lo genera el pueblo y se gasta en beneficio del pueblo, como debería ser. Mercedes Fernández, fundadora y alma de estas Jornadas, está clara de eso:

–Si fuera un gasto innecesario, no hubiera tanto público aquí. El teatro de calle es un género multitudinario, es el evento de la cultura en Matanzas que llega a más personas en esta ciudad, pese a las limitaciones. Esta vez hemos logrado traer a 25 grupos nacionales y cinco del extranjero. Eso se logra también por el prestigio acumulado por el Mirón Cubano, tanto como grupo teatral como organizador principal de estas Jornadas. En la década de 1980, anualmente nosotros íbamos dos veces a cada municipio de la provincia. Aunque no se hablaba todavía de teatro de calle, hacíamos funciones en lugares públicos, abiertos, en los parques de los poblados y los bateyes. También hicimos una gira nacional por todos los centrales azucareros del país con la obra El gato de chinchilla o La locura a caballo, creada en especial para tocar y reinterpretar las problemáticas de ese sector poblacional. Todo eso fue una preparación para que en los 90, en pleno período especial, Albio Paz, quien entonces dirigía El Mirón, decidiera hacer espectáculos para la calle como modo de sobrevivencia, porque hacer teatro dramático en la sala se volvió imposible.

Apenas cuatro focos de colores iluminan un espacio del parque, pequeño, pero suficiente para realizar la función nocturna. Aun así, duele la oscuridad que nos circunda. Duelen los millones de cubanos que están fuera de este círculo de luz. Duelen los que con razón se han amargado y han dejado de priorizar la risa.

–Todos esos niños que están sentados en el suelo pasan incontables horas sin corriente en sus casas, sin poder ver muñequitos, trancados prácticamente… Que les saquemos unas risas vale mucho, y que se alejen una o dos horas de los celulares es una satisfacción muy grande para uno –dice Mercedes–. No solamente se trata de alegrarlos. El arte va de sanar, de que la gente no pierda la sensibilidad, de que se enamore estéticamente de lo que está viendo, que sientan, que construyan nuevas emociones. En definitiva, eso es lo que nos hace humanos.

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