Hacer colas, causa de conflictos entre turistas y cubanos

June Fernandez (del blog Mari Kazetari)

Cola para entrar a una Cadeca en La Habana Vieja.

HAVANA TIMES — Fui dos días seguidos a la Cadeca (casa de cambio) y los dos días asistí al mismo conflicto entre turistas y cubanos. Las personas extranjeras llegan a la plaza en la que se encuentra la Cadeca. Si ven a una persona o varias formando una fila frente a la puerta, esperando a entrar, se sitúan detrás, consolidando así una cola ordenada.

La gente cubana no actúa así. Llega a la plaza, pregunta “¿Quién es el último?” y una vez localizada a la persona que va antes, se sitúan en algún punto agradable de la plaza. Por ejemplo, un banquito a la sombra.

El primer día llegué a la plaza, me puse a la cola que se había formado, y un cubano me comentó que yo iba en realidad detrás de una señora que se encontraba sentada en una especie de obelisco. Le dije que de acuerdo y no le di más vueltas.

Pero llegaron unas australianas que se pusieron detrás de mí y otro cubano fue a explicarles que ellas iban en realidad detrás de otras cuatro o cinco personas cubanas que se habían ido distribuyendo desordenadamente por la plaza. El cubano no hablaba inglés y las australianas no entendían castellano.

Traté de hacer de intérprete, pero el desencuentro no era sólo lingüístico. Las inglesas decían que no sabían cuál es el problema (“What’s the big deal?”), que ellas estaban bien colocadas en la fila y que si alguien iba antes le dejarían pasar sin problemas.

En La Habana, tú preguntas cómo van los turnos, no sólo quién es el último sino también quién es el penúltimo, porque de esa forma, si el último se va, no quedarás desorientada. Y con esa información, te relajas y pasas la larga espera donde te resulte más agradable, o te pones a charlar con quien te dé conversación.

El cubano contestaba que el problema es que si otras personas extranjeras llegaban, iban a asumir que así funcionaba la cola y se iban a poner al final, obviando que en Cuba las colas se forman de otra manera y creando por tanto dos colas diferentes, una de autóctonos y otro de turistas.

Después de cinco o seis intentos de que las australianas comprendieran, el cubano (un señor alto, blanco, de unos setenta años y obstinado) desistió y se puso a discutir sobre la nueva política migratoria conmigo y con otro cubano que fardaba de ir a Ecuador siempre que quería y de no irse a los Estados Unidos porque no le da la gana.

Al día siguiente ocurrió algo similar con otras chicas, aunque en este caso no hice de intérprete, y tal vez fuera mejor porque así no se alargó la discusión. Llegó un cubano, preguntó a las chicas “¿Quién es el último?” y las chicas replicaron en inglés: “Pues hombre, no vemos a nadie detrás de nosotras”. Este cubano, menos terco, las dio por perdidas y se sentó a la sombra.

Las colas son toda una institución en Cuba. Las y los cubanos se pasan todo el día haciendo cola. Pueden estar una hora o más esperando a que pase la guagua, aguardando para conseguir huevos, carne, para pagar la factura de teléfono en las oficinas de Etecsa.

Que se tenga que formar una fila recta, de la que la gente no se mueva por nada del mundo, ya te achicharres con el sol o se te duerman las piernas, es absurdo.

En La Habana, tú preguntas cómo van los turnos, no sólo quién es el último sino también quién es el penúltimo, porque de esa forma, si el último se va, no quedarás desorientada. Y con esa información, te relajas y pasas la larga espera donde te resulte más agradable, o te pones a charlar con quien te dé conversación.

Me parece toda una lección contra la rigidez mental de quienes se creen procedentes de sociedades más civilizadas y eficientes.

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