Amores al margen en Cuba y otros temas difíciles

Alexander Londres

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Manuel y Carlos son dos hombres; dos hombres jóvenes; dos hombres jóvenes cubanos. Manuel y Carlos son dos hombres jóvenes cubanos que se aman.

Son novios hace años. Trabajan y aportan diariamente al desarrollo de la comunidad en que viven. Pero nacieron en el seno de una cultura patriarcal y machista a la que no le importa su seriedad, su dedicación, su inteligencia… que los margina por su preferencia sexual, por su comportamiento fuera de “lo establecido”.

A Carlos y a Manuel la vida de enamorados se les torna más difícil que al resto de las parejas “normales” – heterosexuales, quiero decir-. No pueden andar por la calle tomados de la mano; abrazarse en público sin llamar la atención; mucho menos besarse sin provocar el rechazo, las burlas, las ofensas, e incluso la agresión.

Las “buenas costumbres” les tienen vedado demostrarse afecto y cariño como el resto de los amantes. Los obligan a vivir escondiendo lo que sienten, porque, según algunos, la “sociedad” aún no está preparada para el salto.

Sin embargo, aunque cotidianamente doloroso, esto no es lo más difícil para ellos.

Aseguran que lo peor de todo es no tener dónde consumar su amor. Solo en sueños -o a escondidas, cuando todos duerman o no haya nadie- podrían estar juntos en casa de alguno de los dos. Es que, según sus respectivas familias “eso no se ve bien” y “la casa donde vives, se respeta”.

Gracias a algún que otro amigo que vive solo, como Julio, por ejemplo, Manuel y Carlos pueden disfrutar a plenitud del goce sexual algunas veces al mes. No siempre pueden pagar habitaciones de alquiler de esas que, al margen de la legalidad, cobran a partir de 50 pesos por hora, pues sus salarios estatales no les alcanza para eso -además de que son escasas en las que se aceptan parejas gay-; tampoco se animan a sumarse a los muchos que, amparados en la oscuridad de matorrales, la soledad de terrenos baldíos y sitios de encuentro -zonas de tolerancia-, se entregan al placer.

Por cortos períodos de tiempo han vivido juntos: siempre que a duras penas hayan logrado hacer ahorros para pagar la renta de alguna casita con condiciones mínimas. No obstante, saben que no son los únicos en tener dificultades con la vivienda.

En un país donde el fondo habitacional está extremadamente depauperado y en un mismo núcleo familiar se ven forzadas a convivir varias generaciones, son muy pocas las parejas -héteros u homos- que tienen el dinero, la posibilidad o la suerte de vivir juntos, al menos, si no solos.

Foto: Caridad

La realidad está cambiando y poco a poco la sociedad cubana tomará conciencia y aprenderá a tratarnos sin tabúes, como las personas comunes que somos, con derecho a ser felices igual que cualquiera.

Tienen esa esperanza. Conservan esa fe en el mejoramiento humano, en un mundo mejor.

Para Camila, sin embargo, la vivienda no es problema. Vive con su familia que la acepta y la quiere tal como es. A ella solo le afecta ese gran estigma que aún significa el ser una mujer a la que no le gustan los hombres, que rompe esquemas con su imagen, que es como decidió ser, sin disfraces.

Puede llevar a su casa a quien quiera e invitar amigos y compartir con ellos allí, aunque a veces deba, por consideración, acallar ciertos excesos de la espontaneidad que la caracteriza.

A pesar de vivir transgrediendo lo heteronormativo, también Camila tiene que mesurar las caricias y manifestaciones públicas de afecto a su pareja por respeto a los otros, a pesar de que esos otros, en su mayoría, no le muestren respeto.

Hay que educar a la gente en la convivencia con la diversidad, en la existencia de lo diferente, pero paso a paso, sin imponerse a la fuerza. Así piensa.

Julio, por su parte, no cree que haya que regular los modos ni dejar de hacer -y de ser, a fin de cuentas- por escapar al qué dirán o por quedar bien con alguien, sino por simples y universales normas de civilidad y convivencia.

Foto: Caridad

Es promotor de salud. Defiende la sexualidad libre y sin tabúes, la inclusión y el derecho a ser diverso. No comparte el criterio de que la sociedad no esté lista. Está convencido de que los cambios siempre generarán resistencias y las diferencias rechazos, pero también sabe que hasta el más largo camino empieza con el primer paso, y que hay ciertos procesos sociales que a veces, requieren de un empujón.

Carlos, Manuel, Camila, Julio… son solo poquísimos entre muchos nombres. Unos más, otros menos, todos son marginados por su orientación y comportamiento sexual diferente. Se les suele echar sin distinción en el mismo saco de la “conducta impropia” sin importar nada más.

Pero ellos son de los que no se rinden ni cuelgan los guantes en materia de amores. En resumidas cuentas, en los dominios de Cupido, solo quieren hacer valer su derecho a amar sin tapujos, aunque no les resulte fácil, por ahora.

 

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