Aeropuerto de La Habana: puerta de entrada a Cuba

Por Circles Robinson

Foto: cubadebate.cu

HAVANA TIMES – En las semanas antes de Navidad tuve que ir en dos ocasiones al principal aeropuerto de La Habana para esperar a familiares y amigos. También tuve mis propias experiencias al entrar y salir de la Isla durante ese mismo mes.

De manera lamentable, incluso teniendo en cuenta el auge del turismo y la fiebre estacional de visitantes, el estado de los servicios, tanto a los pasajeros como a los que los esperan, es extremadamente deficiente, se pudiera decir que hasta cómico.

Al llegar a La Habana

La Terminal número 3, la principal área internacional del Aeropuerto Internacional José Martí, fue, de hecho, remodelada, con 10 millones de dólares reportados en reparaciones durante un período de dos años, que concluyó en 2015. Sin embargo, en lugar de las mejoras esperadas, las servicios empeoraron.

Cuando el visitante arriba, es guiado a la zona de Inmigración. La espera puede ser de 20 a 40 minutos como promedio, nada fuera de lo común para muchos países. Entonces una cola rápida te lleva hasta una enfermera que te hace algunas preguntas y después te manda a proseguir.

Luego viene el cuello de botella: el área de recuperación de equipaje. Dado que todos los equipajes pasan a través de una agonizantemente lenta máquina de Rayos X antes de llegar a la cinta transportadora, puede demorar de 30 minutos a dos horas o más para que lleguen incluso al carrusel. Estas parecen salir como gotas de un grifo con salidero.

Solo existen dos bandas para descargar las maletas, aunque en ocasiones hasta cinco o seis vuelos completos llegan prácticamente al mismo tiempo. Los dos carruseles se atascan fácilmente y corregir el problema puede tardar más de lo que cualquiera pueda imaginar. Eso puede ser frustrante o puede dar gracia, depende de tu punto de vista.

Cuando el pasajero recibe sus maletas, muchos se dan cuenta de que no hay carros (ya que no hay suficientes) y se ven obligados a arrastrarlas hasta los funcionarios de la Aduana.

A los que llevan una maleta pequeña a menudo se les permite pasar sin otro escrutinio. Sin embargo, el resto está sujeto a una inspección manual o a una de peso para determinar la cantidad de dinero que el pasajero debe pagar para ingresar sus pertenencias.

Esperando en la cola de inmigración. Foto: Caridad

Tener que ir detrás de cubanos que vienen del exterior con varios maletas o bultos puede proporcionar un retraso considerable. Observar las lentas inspecciones puede ser inconcebible. Durante todo ese tiempo, los que esperan afuera no tienen visión alguna, y -en muchos casos tampoco servicio telefónico – y no tienen idea, siquiera, de si la persona que están esperando ha llegado o no.

Una amiga mía me describió su reciente viaje a la terminal aérea para conocer a alguien que venía de Toronto. El vuelo llegó a tiempo, pero después de una hora y media de espera asumió que la persona no estaba en el avión, y se fue. Mientras tanto, la visitante finalmente logró salir de la Aduana unas dos horas y media después del aterrizaje, pero luego no tenía manera de llamar. La canadiense terminó teniendo que pagar unos inesperados 200 euros por una noche en el hotel Plaza. Se comunicaron al día siguiente.

Bienvenido a Cuba

Una vez que se ha librado finalmente de Inmigración y de la Aduana, el usuario encuentra un mar de gente esperando a familiares, a amigos y a turistas. Muchos de los que aguardan han permanecido en la terminal de una a cuatro horas sin tener lugar alguno donde sentarse.

Además, para los que han estado esperando, tampoco hay casi ningún lugar donde comprar algo para comer o beber. No hay fuentes de agua potable a la vista.  Está disponible una pequeña  selección de bebidas como café, sodas, cerveza importada, si tiene suerte quizás bocadillos de jamón y queso, papas fritas o algo similar, pero la cola puede tener un largo de 10 a 50 personas esperando, con uno o dos empleados apáticos, mal remunerados, que se toman su propio tiempo.

Con un escaso menú, hay un pequeño restaurante escondido en el tercer piso del aeropuerto, donde quizás se puede encontrar un pedazo de pollo frito, pero es inconveniente por completo para aquellos que esperan por los viajeros que vienen por la planta baja.

Hace casi dos años, hubo un proyecto para construir una serie de espacios frente la entrada de la terminal para los vendedores de alimentos tanto estatales como privados, sin embargo, esa idea nunca avanzó más allá del edificio en sí. Un visitante podría preguntar por qué los tan necesarios quioscos nunca se abrieron, y un cubano solo encogerá sus hombros como respuesta.

Los turistas que no vienen en viajes organizados necesitan cambiar dinero tan pronto llegan para poder pagar un taxi a la ciudad. Una vez que salen de la instalación, solo hay dos casas de cambio (Cadecas) y con frecuencia colas muy largas.

El resultado como tal de la experiencia en el aeródromo es muy negativo, especialmente para los turistas que no están acostumbrados a tener paciencia extrema. Para ellos, la emoción de haber llegado a Cuba amortigua un poco el sentimiento, lo mismo ocurre con los cubanos, amigos o los familiares.

A la hora de salir de la Isla

Salir de Cuba es más fácil que entrar, ya que, después de una larga cola, el equipaje se registra en los mostradores de boletos.

Esperando cambiar dinero. Foto: desdelahabana.net

Después de pasar por Inmigración, el cliente tiene una última oportunidad de realizar compras en algunos puestos que ofrecen una selección muy limitada de productos, aunque sí un buen stock de libros, camisetas y fotos del Che y de Fidel, y algunos CDs de música.

Incluso la tienda que está libre de impuestos es muy limitada. Además, no encontrará las tradicionales cajas de cartón para licores, lo que significa que el pasajero compra menos, si es que lo hace.

Casi ninguno de los artículos de arte y artesanías, vendidos en la ciudad, está disponible y no se permiten vendedores privados. Los estantes, como en los supermercados en la urbe, se rellenan de manera horizontal, en lugar de hacerlo verticalmente, para evitar que parezcan estar medio vacío.

Entre las puertas de salida, donde antes había tres lugares vendiendo una lista muy limitada de alimentos y bebidas, ahora hay solo uno. La espera de 30 a 50 o más personas en la cola es muy común. Muchos ni siquiera se molestan.

Para los fumadores hay una habitación especial cerrada, lo cual resulta muy divertido de ver desde el exterior a través de las ventanas de cristal.

Potencial perdido de manera inexplicable

Hay algo muy triste en todo esto. El país tiene muchas personas calificadas que, si se les diera la oportunidad, podrían diseñar y administrar esa vital instalación de manera tal que darían a los viajeros una buena imagen inicial y final de la nación, mientras ofrecerían una agradable espera a los parientes y a los allegados.

De igual modo, con una variedad decente de alimentos y bebidas podrían ganar mucho más dinero para las arcas del Estado, que según el presidente Raúl Castro no se ven tan bien.

Como levantando la manos en señal de derrota, en agosto de 2016, el Gobierno cubano anunció que las corporaciones francesas Bouygues Batiment International y Aeropuertos de París asumirán la dirección del Aeropuerto Internacional  José Martí,  de La Habana.

El acuerdo prevé “acciones inmediatas para mejorar la calidad de los servicios” e “inversiones a mediano y largo plazo”, según un comunicado del Ministerio de Transporte de Cuba.

Con cada vez más hoteles siendo dirigidos y construidos por corporaciones extranjeras, y centenares de trabajadores traídos de otros países para sustituir a los cubanos, una vez más el sentido común se ha perdido en esta Isla supuestamente socialista.

Y lamento decirlo, pero esta situación embarazosa y contraproducente no tiene nada que ver con el embargo interminable de Estados Unidos y con todos los obstáculos que este causa.

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