Impuesto del aeropuerto

Jorge Milanes

Tengo unos amigos que vinieron desde Hungría y se pasaron unas vacaciones en La Habana. Hoy es el último día y han venido a despedirse de mí. Yo les propuse acompañarlos al aeropuerto.

Al llegar fuimos directamente al control de equipaje y luego al de los documentos.  Yo aguardaba a un lado y escuché cuando el agente de aduana les pidió el comprobante de pago de impuesto.

Ellos quedaron sorprendidos y se encogieron de hombros, pues no sabían de qué les hablaban.

– No sabía que teníamos que pagar impuestos, es la primera vez que salimos de nuestro país. ¿Y cuánto cuesta?

– Son veinticinco pesos convertibles por persona, y puede comprarlo en la taquilla número 12. -Contesta el agente.

-! Dios mío, cincuenta pesos convertibles!  Ya no nos queda tanto dinero.

Yo pensaba que ellos conocían todo lo relacionado con los asuntos de aduana, por eso no se me ocurrió llevar dinero.

Me aparté del grupo y me dije: No sé como ayudar, que pena, pero mientras decía esto miraba desesperadamente a mí alrededor tratando de hallar a alguien conocido en medio de la multitud.

Me acerqué a la cabina de teléfonos y vi a un hombre. Nunca había hablado con él, pero lo había visto por el barrio. Me saludó con un ademán y pensé: Esta es mi oportunidad.

-Mira compadre, yo te conozco de algún lado, no me acuerdo de donde, pero estoy en un aprieto muy grande; mis amigos necesitan cincuenta pesos para pagar el impuesto del aeropuerto. Ellos no sabían que tenían que pagarlo, pero si no lo hacen perderán el vuelo.

¿Tú crees que me los puedas prestar y cuando yo regrese a casa te los daré? Mira, te doy mi carné de identidad y lo recojo cuando te lleve el dinero.

El hombre introdujo la mano dentro de su bolsillo y me dijo:

-Veo franqueza en tus ojos y sí, es cierto que te conozco del barrio te los voy a prestar.

Al entregarme los cincuenta CUC le agradecí con el alma y fui corriendo a reunirme con mis amigos.