“Respaldar el salario con productividad”: la misma cantaleta burocrática

Pedro Campos

Foto: Caridad

HAVANA TIMES — Un artículo del periódico Granma del 11 de junio publicado desde Las Tunas por Pastor Batista, señala que varias empresas de esta región del país pagan salarios muy superiores al rendimiento productivo de sus trabajadores.  El artículo sitúa las causas en el descontrol de los aparatos administrativos.

Mientras el estado-partido-dueño, el gobierno, su prensa y la burocracia central sigan culpando a los administrativos de las empresas de la improductiva del trabajo, seguirá el desastre económico que impera en las empresas del estado y del cual son ellos los únicos responsables.

No entienden, no quieren entender o no les interesa entender que el problema de fondo está en las relaciones sociales de producción que hay entre el capital y el trabajo, entre los dueños del capital y los dueños del trabajo,  entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores.

Lo cual en Cuba equivale a decir entre el estado dueño del capital y los medios de producción y los trabajadores que explota asalariadamente.

En el sistema estatalista, las empresas pertenecen al estado. Y éste, dueño de los medios de producción, del capital, sigue pagando salarios a los trabajadores. Por cierto, cada vez más ultrajantes de la dignidad obrera.

Este concepto de propiedad “social” de todo el pueblo, corresponde a las teorías estalinistas sobre el socialismo y fracasó en todas partes donde se ha intentado; pero en Cuba sigue predominando.

Por mantener esa relación asalariada entre el capital y el trabajo y concentrada la propiedad en el estado, es que los socialistas democráticos  denominamos a este sistema -que se hace llamar socialista -capitalismo monopolista de estado.

En el capitalismo privado, los dueños específicos de los medios de producción velan directamente, a través de capataces o medios técnicos la productividad de sus explotados asalariadamente. Ellos están muy interesados en que haya buena productividad, porque en ello les va su capital y pagan a sus asalariados por el uso de la fuerza de trabajo.

A los capitalistas privados les conviene que sus asalariados reproduzcan su fuerza de trabajo y de ahí los salarios diferenciados que lo garantizan, según cuanto cueste como promedio social general, reproducir a un obrero manual, a un técnico o a un profesional.

Foto: Caridad

Para mantener a raya el precio del trabajo, disponen de un ejército de desempleados que presiona sobre los obreros con empleos, de acuerdo con la ley de oferta y demanda.

En el sistema donde el dueño es el estado, una entelequia formada por un montón de burócratas, éstos no son dueños de nada y sus cargos y salarios en nada dependen de lo que producen las empresas que dirigen, sino de los burócratas de arriba quienes los designan y solo exigen lealtad personal y “política” a la dirección del partido y el gobierno y en muchos casos a ellos mismos.

Los trabajadores del capitalismo privado tienen razones para ser “productivos”. De su trabajo, cantidad y calidad,  dependen que le paguen. No son dueños de los medios de producción, pero dependen de los capitalistas para vivir.

El estado dueño de los medios de producción, también explotador de trabajo asalariado, que no cambió las relaciones sociales entre el capital (ahora del estado) y el trabajo, pues mantuvo el salario como forma de pago; ahora no paga salarios por el uso de la fuerza de trabajo  sino de acuerdo con escalas determinadas burocráticamente, quedándose no solo con la plusvalía, sino con todo lo que considera necesario del trabajo de sus asalariados para el mantenimiento de su enorme burocracia económica, política y militar y sus gastos sociales, bases de su poder.

Por su parte, a la burocracia poco le importa la productividad de sus asalariados, sino sus prebendas en pago por su lealtad a la alta burocracia que los nombra.  En consecuencia ni trabajadores ni burócratas tienen razones suficientes para producir eficientemente, más allá de las consignas burocráticas.

Las soluciones nunca han sido la exigencia, el control, cambiar a los burócratas ineficientes, llamar a la conciencia de administrativos y trabajadores. Todas han fracasado en Cuba por más de medio siglo, como fracasaron el llamado “socialismo real” europeo y asiático.

Son otras: 1-Se avanza hacia el capitalismo privado, es decir entregando las empresas al capital privado nacional o extranjero, como se ha hecho en China y al parecer se pretende por el gobierno en Cuba; o 2-Se profundiza el proceso revolucionario hacia el socialismo, como demandamos los socialistas democráticos, entregando las empresas a formas de cogestión, autogestión y cooperativas, donde los trabajadores, como propietarios o usufructuarios, dirijan las empresas ellos mismos, elijan a los dirigentes y decidan sobre la gestión, de dónde y cómo sacar fondos para la inversión y repartan equitativamente una parte de las utilidades.

Sobre estas dos opciones incursionaré en un próximo artículo.

Mientras, es apreciable que las políticas económicas del gobierno cubano parecen más consecuentes con la primera opción, en medio de una lucha donde los “socialistas estatalistas” se aferran a los métodos tradicionales, como vemos en ese artículo de Granma; los innovadores “capitalistas pragmáticos” de la “actualización” se van imponiendo lentamente y la opción socialista es cada vez más rechazada por el poder.

Desde la posiciones del Socialismo Participativo y Democrático seguimos en combate político y no descansaremos en denunciar el rumbo hacia el capitalismo privado privilegiado por el actual gobierno y en nuestra lucha porque el poder real, el económico y el político, llegue a manos de los trabajadores.

Sabemos que la defensa del socialismo, en un país donde tanto se ha mancillado el vocablo, es una tarea épica; pero también conocemos que una mayoría no quiere seguir siendo explotada por el estado ni por nuevos o viejos ricos.

También sabemos que para lograr nuestros objetivos necesitamos libertad de expresión y asociación, internet libre, un parlamento y un gobierno que resulten de la elección verdaderamente democrática, un estado de derecho y por tanto la democratización del poder político.

No tenemos duda: sin democracia, no hay socialismo posible.
—–
Pedro Campos: pedrocampos313@yahoo.es

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