VII Congreso Jurásico

por Martín Guevara

HAVANA TIMES — Hace mucho tiempo que en Cuba no se pueden rememorar ni pautar los recuerdos, las épocas o las modas por los períodos presidenciales o los partidos en el poder, como en cualquier otro país donde es frecuente usar de referente una etapa presidencial para referirse a un período de años, “desde el tiempo de Alfonsín” o “cuando se fue Clinton”. Solo unos cuantos octogenarios hablando entre ellos podrían hacer uso de esos hitos cronológicos.

En su lugar, las épocas en Cuba se pueden medir por la iconografía revolucionaria en los altares del poder. Y en cada congreso del PCC se presenta un nuevo debate, ¿qué imágenes deben presidir el escenario? En cada época se fueron colocando acorde a una mezcla de intenciones, de fe entre militante y religiosa y, por supuesto, de mucha conveniencia.

Desde sus inicios saliendo de los pañales, Fidel Castro fue un maestro de la manipulación y de las maniobras en los pasillos palaciegos donde cada capa resguarda una atenta daga.

Así pasó de profundo creyente católico, al partido Ortodoxo; participó en una comisión universitaria de apoyo a Juan Domingo Perón desde Cuba y luego en el ataque al Cuartel Moncada; recibió duras críticas del Partido Socialista Popular que respondía a los lineamientos de la URSS, lo acusaron de aventurero golpista, volcó más simpatía aún por el peronismo y su arista antiimperialista estadounidense y soviética.

Creó el movimiento 26 de Julio que no se casaba con ninguna ideología, pero en especial declaraba donde podía, que él era expresamente un revolucionario, “no un comunista”; denunciaba que el comunismo se plasmaba a través de dictaduras, y que él luchaba para reinstaurar la democracia.

Luego cuando Moscú le prometió el oro y el moro, Fidel pasó a ser un convencido marxista leninista, que desde su infancia no hacía otra cosa que leer a Lenin. Cuando la URSS se diluyó, pasó a ser más martiano que marxista, más latinoamericanista que internacionalista proletario, por ende, más bolivariano que leninista.

Claro, estaba el petróleo de Venezuela en el bolsillo de Hugo Chávez.

Luego pasó a ser respetuoso de los jesuitas otra vez, más tarde Raúl tomó la presidencia bajo la escudriñadora mirada de su hermano gravemente enfermo, pero no distraído en absoluto, y este, a sabiendas de su escaso magnetismo y poder de seducción, fue mostrando un necesario pragmatismo que se manifestaba en una creciente simpatía por el área capitalista, y todo ello concluyó en la representación de un clímax histórico, tras un romance entre besos y caricias ora con USA ora con Francia, con la visita del presidente Barack Obama en el pasado 19-22 de marzo a La Habana.

En un principio, hasta Raúl parecía gratamente sorprendido por el derroche de encanto del mandatario del norte, su aporte de esperanzas al pueblo cubano de algo genuinamente nuevo, y un discurso preciso, respetuoso de la soberanía cubana, de los valores cubanos, y quizás severo, pero con la ternura de la amistad que entre ellos habían ido tejiendo desde el funeral de Mandela, respecto de las libertades individuales, de mercado y de asociación y participación ciudadana en la política doméstica cubana.

Pero un ciclón atravesó Cuba una semana más tarde, Fidel salió de su letargo con una reflexión titulada: “El hermano Obama”, para condenar todo ese encanto, esa simpatía, ese savoir faire de alguien que ya jamás podría volver a ser él.

Hasta aquí el proceso de endulcoramiento de las figuras referentes de la Revolución, que pasaron de ser en un principio, Mella y Villena, a ser de un lado Marx, Engels y Lenin, y del otro lado Mella, Camilo Cienfuegos y Che Guevara, durante años estos revolucionarios de diferentes procedencia geográfica, sustrato social y época, vigilaban atentos el más mínimo desvío ideológico en congresos, seminarios, reuniones, mítines.

En el 4to Congreso de 1991, que ya se había producido la escisión del campo socialista, el altar pasó a estar presidido solo por Marx y Martí, luego se fueron alternando con Martí, Maceo y Máximo Gómez, de la Guerra de Independencia, cuando interesaba acercarse más a Latinoamérica.

Ya en el 5to Congreso, en 1997, regresaron junto a Marx y Martí, Lenin, Mella y Che.

En el 6to, en 2011, el panel rezaba 50 Aniversario de Playa Girón. Últimamente habían desaparecido las figuras del comunismo internacional, incluso las del comunismo doméstico como Mella y Villena, y muy probablemente preparando el país para los tiempos que se andaban procurando por todas las vías, se habrían usado para el VII Congreso del PCC, próceres más cercanos a los EE.UU., pero el alerta que provocó la simpatía profunda que despertó Obama en la población, los llevó a enrocarse en un ejercicio de retroceso y hermetismo oscurantista, para el cual difícilmente Cuba y el mundo vuelvan a estar preparados.

La escenificación de este retorno cíclico a un tiempo perenne, se hizo colocando en el altar de las imágenes santorales, con una prisa reflejada en la chapucera presentación, a Carlos Baliño fundador junto a Martí de los mambises de la guerra de independencia y 30 años más tarde del PSP ( el Partido Comunista), junto a Julio Antonio Mella, que es el segundo que sale en el cartel, y con un tamaño desproporcionado, en colores, escorado hacia un lado, a un Fidel Castro cuando aún podía articular un discurso y esbozar una forzada sonrisa.

Ante el tsunami de la simpatía “Obamense” y la abulia a que invita la insipidez “Rauliana”, decidieron sacar del sarcófago a la momia “Guarapo” no sólo en imágenes, sino de cuerpo presente en el cierre del Congreso en primera fila.

A la conclusión del congreso, dejaron claro que han decidido tomar una actitud profundamente reaccionaria, boqueando por cinco años más cualquier cambio en el sentido que se venía insinuando, con ataques retóricos  “de cara a la galería” hacia el prematuro y veloz acercamiento a la presidencia de los EE.UU., en la persona de Obama y recuperando el lenguaje de trincheras ante la sorpresiva simpatía del pueblo cubano por el presidente estadounidense.

Por supuesto, mientras por lo bajo continúan firmando todo tipo de contratos con poderosas empresas estadounidenses de capital ciertamente no comunistas.

Más allá de si esto representa uno de los últimos pataleos de un grupo de dinosaurios en sus estertores o si tendrán la capacidad de imponer nuevamente un largo período de hermetismo y de manejo del país al antojo de sus ocurrencias y de espaldas a las vicisitudes y relegadas aspiraciones del pueblo cubano. La interrogante que prevalece es:

¿Hay derecho?
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