Un bebé cubano y tres camioneros aragoneses

Vicente Morín Aguado

HAVANA TIMES — Me sorprendieron en la esquina de “23 y L”. Los jardines de “Coppelia”, ahora famosos por el filme “Fresa y Chocolate”, estaban, como siempre, cercados por largas colas de cubanos, pacientes e impacientes ante la única opción de un buen helado en moneda nacional.

Virando la cara, el imponente “Habana Libre” lucía un recién restaurado mural, hecho por la muy cubista y cubana Amelia Peláez, en tiempos de los Milton, desbancados por Fidel Castro.

Otro monumental edificio, antes propiedad de Goar Mestre, igualmente liquidado como propietario por la Revolución: la Sede del Instituto Cubano de Radiodifusión y su adjunto cine “Yara”, nos invitaba a la última novedad de la filmografía nacional.

Sin embargos los Camioneros, se identificaron como venidos de Aragón, España y preguntaron por las chicas, iniciando un debate acerca de si las cubanas eran realmente tan bellas cómo les decía la propaganda boca a boca o ciertas informaciones de “Playboy” e Internet.

Yo les repliqué que no buscaran aquí una escuálida “Naomi Cambell”, porque las de mi país tienen unas espaldas que hacen trizas las blusas chinas del mercado internacional. Eso sí, había que verlos cuando pasaba una muchacha y los ojos se les iban hasta el sabido lugar comentado por Joaquín Sabina en su historia de un taxista.

De cualquier manera, les dije que siendo ellos jóvenes, bien plantados y turistas- sinónimos de dinero por gastar- el tema les iría fácil, sin necesidad de otro hombre como intermediario, cosa nada recomendable cuando de damas de trata.

Les agradó la sinceridad, nos fuimos a otros temas y quedamos para ver un partido de Béisbol a la mañana siguiente; Baseball en inglés americano o “La Pelota”, como se le dice en Cuba al deporte nacional, del cual somos varias veces Campeones Mundiales y Olímpicos.

Nos fuimos hasta un estadio de barrio, donde juegan los veteranos o los niños. Los primeros practican el llamado Softball, variante un tanto más “suave”, pero en esencia igual a La Pelota de los profesionales o amateurs.

Los contendientes eran una mezcla, muy cubana, de toda la sociedad: trabajadores de diversas empresas cercanas, junto a figuras de relieve en el país, discutiendo de tú a tú en el terreno:

No me querían creer que un jugador señalado era el mismísimo Alberto Juantorena, Bicampeón Olímpico de “Montreal-76”; otro atleta retirado, nada más y nada menos que “Tony Gonzáles”, miembro del equipo nacional Campeón del Mundo en 1969, alternando con, ya era lo máximo, otro “Tony”, de apellido Castro, hijo del Comandante en Jefe Fidel.

El cine Yara. Foto: Caridad

Pero lo mejor estaba en las gradas. La esposa de mi amigo Gerardo, Lanzador de uno de los equipos, estaba como se dice, con el bebé en la boca, es decir, a punto de parir. Ella vendía tamales en las gradas. Todos, hasta el recordista Juantorena le compraban y, como chanza, la llamaban “Olga la Tamalera” por aquello de la canción-refrán que dice “Olga la tamalera, cocina que se pasó…”

Mis amigos de Aragón quedaron fascinados, conociendo que en Cuba había mucho más por ver, además de las nada despreciables mulatas que produce nuestro indiscriminado mestizaje.

Al día siguiente sucedió lo previsto, la mujer de los tamales “rompió la fuente” y nos vimos en un hospital de maternidad, esperando el feliz acontecimiento.

Esto es otra historia, pues en Cuba los “alumbramientos” vienen acompañados de flores y botellas de Ron. Mis amigos españoles preguntaron ¿Qué era necesario?: médicamente nada, ya se sabe de nuestro sistema de salud.

Les agradecimos otras cosas a las cuales no escapan ni siquiera nuestros hospitales: Culeros desechables, alimentos para la futura mamá y su bebé y, los rifles!.

¿Armas en un Hospital? No amigos míos. “Rifles” es en Cuba sinónimo de botellas de Ron para celebrar un buen acontecimiento. A la espera nos fuimos todos con el futuro papá como “Jefe de Delegación”, pero las cosas no avanzaron al gusto de nuestra comitiva.

Los bebés, al parecer, nacen cuando ellos o dios quieran. En la sala de espera, repleta de hombres, otros “equipos” aguardaban, igualmente “armados” con el Ron y las flores, la llegada del nuevo ser querido. Recibir al Bebé no era un problema de dinero o “municiones”, sino un asunto de “Honor”.

Arriba, las enfermeras avisaban de cada parto. Los padres a destapar botellas y correr por sus hijos. Estábamos en una carrera de relevos digna de cualquier olimpiada. Lo malo fue que el nene de mamá la tamalera no quería salir. Fuimos los últimos en celebrar, pasadas las tres de la mañana, con los aragoneses idos, pues la espera fue demasiado para ellos.

Finalmente el esperado anuncio llegó, nosotros casi borrachos, pero felices, con “el honor salvado” tirando las primeras fotos al bebé, adicional agradecimiento a la cámara prestada por los camioneros.

Dijo el Apóstol de nuestra independencia José Martí: “Para Aragón en España, tengo yo en mi corazón, un lugar todo Aragón, franco, fiero, fiel, sin saña. Si quiere un tonto saber porqué digo que lo tengo, allí tuve un buen amigo, allí quise a una mujer.”

Seguramente hay preguntas por hacer, pero sobran. El niño tiene hoy doce años. Los aragoneses se fueron. Nunca les pregunté por la “premura” al partir en la noche del parto.

Lo que no puedo olvidar es el famoso pregón hecho canción inmortal:  ¡Pican, no pican, los tamalitos que vende Olga!
—–

Vicente Morín Aguado: morfamily@correodecuba.cu.

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