Un arma de doble filo entre cubanos

Por Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Pam Turner

HAVANA TIMES — Comúnmente se escucha el epíteto “neoplatista” para catalogar diversas actitudes o posiciones entre cubanos. Ya se hace muy recurrente en nuestro léxico, especialmente entre los de la diáspora y los que dentro de Cuba participamos del debate político nacional alternativo por medios digitales.

Si por “platismo” entendemos que es la creencia de muchos cubanos en la necesidad de proteccionismo, imbricación, dependencia y destino irremediable de Cuba subordinada a los intereses de los EUA, en los momentos prístinos de la república, por “neoplatismo” deberíamos entender lo mismo, pero en el contexto actual.

No cabe duda de que su significado es peyorativo. Pero es realmente un hecho, aceptado o no como neoplatismo, que una parte de nuestro pueblo cree en esa imbricación dependiente. Unos la sueñan más carnal, otros menos, pero existe esa posición política y debemos reconocerlo.

Es normal que existan diversas posiciones políticas y formas de visualizar el destino nacional. Lo más importante es que se respete la voluntad de la mayoría, sin socavar el derecho de las minorías a tener su espacio vital y a exponer sus ideas.

Es realmente negativo y criticable que se haga un uso indiscriminado de este término, debido al estigma. Platista o neoplatista equivale a proyanqui y la mayoría de nuestro pueblo rechaza con desprecio semejante posición, por las razones que sean.

Y ahora es moda acusar de neoplatista a cualquiera por cualquier argumento relacionado con los EUA, para neutralizarlo hábilmente al que discrepa, sin necesidad de una retórica argumentada. En estos momentos fecundos, donde se lucha por cosas sagradas para nuestra Patria, más que ardides necesitamos argumentos.

Foto: Pam Turner

Es prudente señalar que nos guste o no, desde que surgieron los primeros estados, este mundo siempre ha estado dominado por potencias imperiales. Ahora, en condiciones diferentes, sucede lo mismo. Claro que se ha ganado mucho en derechos entre iguales, pero falta tiempo aún para que llegue el día en que el escenario mundial conquiste la democracia plena. Siquiera lo hemos conseguido en todos los países y Cuba es un triste ejemplo.

Creer que lo que hace o dice el Gobierno de los EUA repercute en nuestra vida política, económica y social, no es descabellado, es un hecho imposible de obviar. Reconocer que cualquier ayuda o freno acelera o ralentiza la consecución de nuestros objetivos democratizadores, no te hace neoplatista, sino cuerdo. Ignorar los hechos no te libra de sus consecuencias.

El Gobierno cubano se ha pasado casi seis décadas vituperando al “imperialismo yanqui”, pero sabe que le es útil relacionarse y contra todo riesgo contribuye a ello. La disidencia cubana, imposibilitada de tener financiamiento interno efectivo por causa del propio sistema que desea cambiar, recibe apoyo internacional, especialmente de nuestro poderoso vecino.

Y es lógico, para nada mezquino ni mercenario como lo tilda el Gobierno y lo repite un grupo de eminentes que se suman al argumento manipulador y oportunista, por complejo o sabe Dios por qué causa.

EUA tiene el derecho de desear determinado futuro político en Cuba, así como la Isla lo tiene a desear igualmente un destino diferente para su vecino. Los comunistas cubanos en el poder han apoyado siempre a sus semejantes de todo el mundo, no solo en la región, incluso en acciones violentas que han causado miles de muertes y que no hubiesen progresado sin su apoyo.

A lo que no tiene derecho EUA es a inmiscuirse directamente en los asuntos cubanos queriendo, por ejemplo, imponer por la fuerza un sistema tal. Pero apoyar no es un crimen, es muestra de simpatía y creencia de que tal desenlace beneficiaría sus intereses. Por eso toda ayuda sin condiciones manifiestas es bienvenida, porque la causa por una Cuba mejor, democrática, unida y próspera, necesita mucho dinero y aquí es imposible conseguirlo.

De dónde mejor que de los EUA en donde viven alrededor de dos millones de cubanos y cientos de miles más que nacieron allá y se sienten igualmente cubanos, que son tratados en Cuba como extranjeros, con ningún derecho, solo el beneficio, mezquino por naturaleza, de poder “repatriarse”, como si la Patria se pudiera perder.

Bolívar viajó a Inglaterra a pedir ayuda y vender la conveniencia de la primera república a los intereses imperiales. ¿Sería un mercenario acaso? Martí vivió en los EUA y fue allí donde fraguó la causa libertaria. Fue allí también donde recaudó casi todos los fondos que se usaron en la guerra.

Photo: Pam Turner

Ya existía la política Monroe, lo del destino manifiesto y la famosa política de la fruta madura: ¿acaso podemos juzgar a Martí de mercenario? -menciono al Apóstol, pero fue igual con varios de nuestros próceres.

Y si la comunidad cubana en el siglo XIX ayudó económicamente a la causa republicana y por ello es reconocida, ¿por qué ha de ser mercenaria la del siglo XXI por ayudar a la no menos importante causa democrática? –Vean cuán absurdo son esos argumentos y cuan tonto es que caigamos en esa trampa sicológica que promueve el sistema para neutralizar el cambio.

Pero si tonto es caer en la trampa, peor y más dañino es cuartar el debate nacional con un epíteto neutralizador como ese de “neoplatista”. Quienes lo usan no miden las consecuencias sicosociales.

Con ello no vencen argumentos contrarios, ni enriquecen el diálogo, solo ahuyentan y atemorizan. Nada o muy poco tiene que ver su verdadero significado con la realidad cubana actual. Incluso existiendo realmente cubanos que quisieran una dependencia más carnal con la potencia vecina.

Más bien es una especie de arma de doble filo, que por un lado corta lo que queremos y por la otra, sin percibirlo, lacera nuestras propias manos.

 

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