¿Serán genes racistas los que consumen a la nación?

Alberto N Jones

En moneda nacional. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES – Después de 350 años de esclavismo en Cuba y 60 de racismo durante la seudorepública, fue iluso creer que ese engendro pudiera haber sido erradicado con un discurso de Fidel Castro en febrero de 1959 y otros que pronunció durante su mandato.

Cincuenta años después de aquella alocución histórica, el presidente Raúl Castro tuvo que admitir públicamente que “se le cae la cara de vergüenza por el poco avance que ha tenido la problemática racial en Cuba” y nada ha cambiado desde entonces.

Ningún indicio sugiere que Fidel y Raúl tengan el menor viso de racistas, pero es innegable la presencia de ese fenómeno en todas las esferas del Gobierno. No es preciso encontrar un documento o grabación que explique la persistencia del racismo en la Isla, porque los hechos hablan por sí solos.

Cuba es el país de las reuniones de cuadras, asambleas, chequeos, conferencias, simposios, plenarias y congresos por excelencia, sin embargo, en más de medio siglo, ese tema jamás ha formado parte de la agenda de ninguna de ellas, lo que ha posibilitado la existencia de una voluminosa documentación de críticas, denuncias, conferencias, seminarios y acusaciones internacionales de racismo en contra de Cuba.

Obstinadamente, el Gobierno cubano se ha negado a enfrentar esta tragedia social aduciendo que dividiría a la nación, mientras proporciona todos los medios y recursos a una sarta de aduladores y distorsionadores que mancillan la imagen del país, al suponer que podrán eliminar ese grave problema enmascarándolo o ignorándolo.

Millones de personas creyeron que vivíamos en una Cuba postracial, hasta que se desmoronó la Unión Soviética.  Pocos pudieron anticipar que un hecho ocurrido a miles de kilómetros de nuestras costas pudiera ser el detonador que hizo resurgir como en una tuberculosis encartonada, aletargada, que irrumpió en la sociedad con una brutalidad y virulencia nunca antes vista.

El desarrollo del turismo, las corporaciones, las gerencias, las empresas mixtas, los viajes y estudios al exterior, carros, dietas y otras ventajas personales, estimuló las bajas pasiones, la ruindad y los peores sentimientos de la sociedad, que se expresó en la exclusión, la marginación y un racismo más agresivo, que el ejercido por la burguesía desplazada del poder.

Muchos estudiosos detectaron esa anomalía en la década de los 90, trataron por todos los medios de alertar al Gobierno, que hizo caso omiso, lo que permitió que ese engendro hiciera metástasis en toda la sociedad.

Al mismo tiempo, el Gobierno de los Estados detectó esa fisura social y capitalizó sobre este, creando infinidad de grupúsculos que se organizaron como bibliotecas independientes, sindicatos independientes y otros con nombres pomposos como Rosa Park o Martin Luther King, a quienes no conocen, pero pudieron cebarse en las injusticias, falta de oportunidades sociales y necesidades materiales de la sociedad.

Músicos cubanos. Foto: qz.com

Sin embargo, la misma problemática racial que el Gobierno de Cuba negaba existiera, lo llevó a desplegar un concertado contraataque a través de la Sección de Intereses en Washington, llevando la realidad cubana al Caucus Negro del Congreso de los Estados Unidos, universidades, iglesias y cientos de organizaciones sociales, neutralizando inicialmente el barraje anticubano del Departamento de Estado. 

Pero en lugar de aprovechar la calma que siguió al vendaval mundial creado por la carta abierta Actuando Sobre Nuestra Conciencia http://www.jpanafrican.org/edocs/e-DocActingOnOur.pdf en el 2009, que fuera firmado por el ilustre profesor Abadias Nascimento y otros 60 intelectuales negros, Cuba prosiguió como si nada hubiera ocurrido.

Esa incongruencia llevó a muchas personas solidarias con la Isla en el mundo a cuestionar la imagen de la Cuba libertadora del cono sur de África y humanista del tercer mundo, frente la situación en el terreno caracterizado por el racismo, la marginación y la segregación en Cuba.

No pocos cubanos y extranjeros que apoyan los principios de la Revolución se han preguntado, sin respuesta, cómo la pequeña comunidad hebrea en Cuba posee bellas sinagogas, cafeterías y un hotel en La Habana, mientras la Asociación Caribeña que debía promover la cultura afrocubana entre más de 60 embajadas de África y el Caribe permanece aletargada, ignorada, sin vida, en lugar de ser el puente natural entre Cuba, África y el Caribe.

La minúscula Sociedad Asturiana posee lujosos restaurantes en la capital, los chinos poseen un vibrante barrio Chino y los árabes un bello centro cultural, mientras el mismo Ministerio de Justicia que supervisa esas actividades  prohíbe la instalación de esos mismos servicios de gastronomía en el British West Indian Welfare Center y en la Tumba Francesa en Guantánamo y Santiago de Cuba y no concibe revivir un Club Atenas en La Habana.

Caprichosamente, e influido por una poderosa fuerza racista asentada en posiciones clave del Gobierno, no se ha discutido ese asunto con la energía necesaria ni se han promulgado leyes tendientes a su erradicación, como ocurrió con el analfabetismo, enfermedades infecciosas o la contrarrevolución, arguyendo que la discusión del tema negro podría dividir la nación, sin valorar que su no discusión ha logra exactamente eso.

El enorme riesgo político que Barack Obama tomó al reestablecer las relaciones diplomáticas y visitar a Cuba, fue recibido con un mar de escepticismo, intrigas y demandas que se sabían estaban fuera de su autoridad.  Otros recurrieron a la ofensa de “Oye Negro, tú eres Sueco”,  hasta que expiró su mandato sin ningún avance en las relaciones o se implementaron algunos de los numerosos proyectos que eran posibles en aquel momento.

Y llegó a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump, un energúmeno que solo ha sabido destruir lo poco que se había avanzado, paralizando literalmente las relaciones entre ambos países y nadie ha expresado una demanda, exigencia  y menos una ofensa en contra de la conducta irracional de este personaje.

Es por ello que le cuesta mucho al Gobierno de Cuba persuadir a millones de personas en el mundo que están preocupados con el racismo, si Mariana Grajales es reverenciada como le corresponde, si la masacre de los independientes de color no ha sido diluida ni sus asesinos han sido indultados por los medios, como tampoco puede explicarse -sin excluir el factor raza- las absurdas exigencias, demandas y presiones aplicadas contra Barack Obama y la manifiesta blandenguería y tolerancia con Donald Trump.

Esas acciones en su conjunto han tenido un efecto negativo sobre el país, ya que muchos hombres y mujeres de África, el Caribe, afroamericanos y latinos que una vez apoyaron incondicionalmente a la Revolución hoy dudan, y sus enormes recursos económicos que podrían ayudar al desarrollo del país, se invierte en otros lugares del planeta.

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