Rojo y verde… el “espíritu navideño”

Ernesto Pérez Chang

La esquina. Foto: Juan Suárez

HAVANA TIMES — He leído y vuelto a leer los mensajes de felicitaciones de mis amigos que se han marchado del país, al parecer definitivamente. En sus cartas brindan, desean salud, agradecen por la vida que han construido lejos de aquí y por el milagro de estar vivos.

En sus palabras todo parece tintinear en rojo y verde, como las luces en el pino nevado al fondo de las fotografías o como las ropas de Santa en algún parque a donde han ido a jugar con los hijos.

Rojo y verde, como en todas las postales que leo y vuelvo a leer. Dicen los más viejos, los que saben, que esa alegría que ha llamado mi atención es lo que antes ellos conocían como el “espíritu navideño”.

Sé muy poco o casi nada acerca de las navidades. Salgo de la sala en donde han quedado mis padres y hermanas hablando de unas fiestas y unas calles iluminadas de no sé cuál ciudad más allá de los tiempos, que sin dudas no es la mía.

Me asomo al balcón para ver si a mi alrededor hay algo de eso que hablan mis amigos y mi familia pero solo veo muchas caras tristes, personas de andar lento, cansadas, y las vagas claridades de la tarde se apagan en sus rostros al ritmo que se esfuman las esperanzas de que algo bueno suceda de una vez y para siempre.

En la plaza, al frente de mi edificio, no hay luces ni árboles de navidad pero sí algunos carteles descoloridos, mal pintados, colgados en los muros, todos invitando a luchar, a resistir y a vencer como si la gente no hubiera luchado y resistido lo suficiente como para ser recompensados con algo que no sea el cansancio de los vencidos.

Entonces me pregunto si, tal vez en esas largas jornadas de dar espadazos al aire contra un enemigo tal vez incorpóreo, tal vez incierto, o si en resistirnos a la nada inminente que nos acecha, más que en la fobia a todo lo que sea rojo, como la sangre, y verde, como el olivo, estará la verdadera causa de nuestro agotamiento.

Este 31 de diciembre, a las 12 de la noche, por primera vez en tantos años, nadie de mi barrio gritó viva “esto” o viva “aquello”, viva el rojo o viva el verde, solo tiraron agua desde los balcones y quemaron muñecos de trapo. Creo que han comenzado a comprender que a los muertos no se les grita ¡viva! sino se les susurra: ¡Descansa en paz!

 

 

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