Revolución y apoyo juvenil

Rogelio Manuel Díaz Moreno

HAVANA TIMES — Los extranjeros le hacen a uno cada tipo de preguntas, que no son nada fácil. Hace poco, un compañero de otro país me preguntó si yo creía que la juventud cubana apoyaba a la revolución.

Lo primero que me pregunté, fue qué entendería la juventud actual por revolución. Para apoyar u oponerse a algo, conviene tenerlo bien definido.

Por ejemplo, durante la dictadura de Batista, la revolución podía considerarse como derribar el régimen y restablecer el sistema democrático liberal previo, añadidas algunas medidas sociales progresistas. Algo así proclamaba el Movimiento 26 de Julio y lo apoyaba mucha gente.

Para muchos desposeídos y muertos de hambre, la revolución significó luego acceder a estándares de vida mucho más altos que los que podía razonablemente aspirar en el sistema anterior. Con medidas como las reformas agraria y urbana, se repartieron tierras, viviendas, se aseguró empleo universal, se emprendió la electrificación nacional, se asentaron la salud y la educación gratis, etcétera. Ello tuvo un precio, por las deformaciones internas y las agresiones del imperialismo yanqui, pero por lo menos era fácil decir, “esto es la revolución”, y estar a favor, o en contra, o tratar de defender lo positivo y enfrentarse a lo negativo; en fin, tomar una posición.

Muchachos en la cuadra.

Años después, el término revolución se había mezclado tanto con gobierno, Estado, Partido, que ya no se sabía. Defender la revolución resultaba, de acuerdo con los dirigentes, apoyar todo lo ordenado “desde arriba”, así fuera un disparate como la llamada Ofensiva Revolucionaria, la Zafra de los 10 millones o la obligatoriedad y masividad de las escuelas en el campo.

¿Qué noción estructurada de revolución pudieran tener los que llegaron al escenario tras la caída del Muro de Berlín? Parece que la dificultad se hacía patente, puesto que el 1ro de mayo del 2000, el entonces presidente Fidel Castro ofreció unas definiciones que han sido muy glosadas.
“Revolución es sentido del momento histórico… cambiar todo lo que debe ser cambiado… desafiar poderosas fuerzas… defender principios éticos al riesgo de la propia vida… desinterés, altruismo, patriotismo…”

El propósito era claramente programático. Esto fue amplificado y reproducido por los medios oficiales, discursos de dirigentes, en afiches, etcétera.

Cuando sea grande.

Sin embargo, todavía es difícil orientarse. ¿Cómo puede uno sentir que apoya el “sentido del momento histórico”? Es más, ¿cómo puede uno oponerse a eso mismo? Ningún sujeto político tiene el monopolio del cambio de “lo que debe ser cambiado”. El presidente Obama cambió la política de Estados Unidos hacia Cuba. No es un revolucionario, por eso. Fuerzas poderosas son retadas sistemáticamente por otras fuerzas, sin que haya diferencias particulares en el grado de “revolucionariedad” de cada una. Los principios éticos a defender son definidos de acuerdo a la moral de cada clase, que puede ser perfectamente conservadora, anarquista, comunista, socialdemócrata, y así sucesivamente.

Es sintomático que no se conozcan análisis, abordajes, profundizaciones teóricas, de los intelectuales afines al sistema, relativos a esta definición.

En los años que le siguieron, defender la revolución fue apoyar la política de los maestros integrales de formación emergentes; restringir la actividad de la economía privada “cuentapropista”; trabajar en los llamados “Programas de la revolución” que constituían la “Batalla de Ideas”; sacrificarse más sin perspectivas de progreso individual, en pro del futuro luminoso, etcétera. Pero esto no duró mucho y, de pronto, el gobierno dio un giro en dirección opuesta.

El nuevo presidente, Raúl Castro, prometió un nuevo socialismo “próspero y sustentable” y su documento programático lo constituyeron los Lineamientos, proclamados en el VI Congreso del Partido Comunista. Los maestros se volvieron a especializar y a formarse con más cuidado; los programas de la revolución se cancelaron; a los cuentapropistas se les dio una vía más libre.

Artesanias

Al final, todo vuelve al principio. Lo que parece complacer mejor a la dirigencia, cuando convocan a “defender la revolución”, es que se les obedezca. Algunos asalariados de la exégesis, como Enrique Ubieta, tienden a acompañar esta interpretación. Si tienen otra cosa más profunda en mente, es difícil de distinguir, sobre todo cuando se reconocen los propios escándalos de corrupción y deserciones de esa misma dirigencia.

Y la juventud nunca ha sido muy obediente. Se reconoce en la enajenación respecto a las organizaciones políticas oficiales. Es evidente el formalismo en la participación a la que compele el sistema, y la reluctancia a ocupar protagonismos o responsabilidades. Y la emigración diezma drásticamente a las generaciones en ascenso.

Por lo tanto, si existe o no apoyo a la revolución, partirá de concepciones propias, frescas, de tal concepto, que pugnan por abrirse paso en los complejos escenarios contemporáneos.

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