Peligros y paradojas de la sociedad cubana actual

Por Osmel Ramírez Álvarez

Foto: Linda Anderson

HAVANA TIMES — Ayer mismo un pariente mío, que me estima y conoce bien mis ideas políticas, bajo los efectos del alcohol decidió darme algunos consejos. Por supuesto que no le oculto a nadie mi colaboración periodística en Havana Times ni cualquier otra cosa que haga en esta materia. Son actos públicos.

Pero aquí en Cuba si no se lo cuentas a la gente jamás se enteran, porque para la gran mayoría Internet es tan abstracto, tan ajeno, como son los vuelos espaciales de la NASA o un desfile en pasarela de Chanel.

Escribir en un periódico extranjero, por Internet y con un lenguaje crítico al sistema despierta temor en los que te aprecian. Mi pariente me decía: “Estoy contigo para lo que sea Osmel, pero temo por ti. Esta gente es capaz de cualquier cosa y te desaparecen. Te inventan un accidente, te montan en una ambulancia o te hacen un número ocho plantándote una matica de mariguana en la finca. Si te ven como una amenaza, te hacen talco antes de que puedas levantar cabeza”.

Desde el mismo mes de diciembre, cuando comencé a publicar mis artículos, varias son las personas que me alertan sobre estos peligros. Aún desde antes todos coinciden en eso, desde que escribí aquellos ensayos explicando mis ideas neosocialistas y la seguridad del estado me los incautó. Pero lo más gracioso es que algunos de los que me alertan son hasta militantes del Partido o personas aparentemente seguidoras del gobierno y la Revolución. ¿Una tremenda paradoja verdad?

Mi padre es fanático a la Revolución sin dejar de criticar algunas cosas, pero al mismo tiempo teme por mí. Lo curioso es que nunca hemos visto directamente ningún caso que justifique los temores, aunque sí hay indicios. Están las historias macabras que circulan sobre crímenes tras bastidores. La de Camilo es la más popular. Más de la mitad de la gente que conozco cree que fue linchado tras los oscuros sucesos con Huber Matos.

Otro caso similar está a menos de 300 metros de mi casa. Una familia descendiente de libaneses, esposa, hijos y nietos de un oficial del ejército rebelde, han vivido más de 50 años sin saber el paradero de su esposo, padre y abuelo. La supuesta viuda primero y su hijo después, han pedido en vano información al gobierno nacional sobre su destino, su tumba. No solo ignoran los sucesos que condicionaron su desaparición en los años 60, cuando abandonó el hogar en misión oficial para la provincia de Matanzas y nunca regresó; tampoco saben a ciencia cierta si murió. Es un desaparecido, no cabe dudas, pero, ¿cuántos más habrá?

Circulan videos clandestinos con imágenes de la Policía golpeando a disidentes que gritan oprobios a la Revolución y a sus líderes y portan carteles con iguales mensajes. Otros hacen historias increíbles de abusos y torturas. La falta de una prensa libre e independiente del oficialismo, con acceso universal a los diversos medios de comunicación, hace que estas noticias sean sensacionales y prohibidas, e imposibilitan la denuncia veraz.

Es por eso que enfrentar a la Revolución, de cualquier forma, es peligroso. Esta gente no actúa a la luz pública como los guardias de Batista. No te montan en un Jeep a patadas delante de todo el mundo ni te torturan con golpes ni te sacan las uñas ni te castran a sangre fría. Sus métodos son refinados y sutiles. Su tortura es esencialmente sicológica. A mi juicio, la peor de todas: difícil de probar y mucho más efectiva y degradante. Combatir a un régimen que saca uñas es más fácil que combatir a uno que parece que no hace nada, pero tiene a todo el mundo asustado y comprometido.

Foto: Elizabeth Cadogan

Por mi parte, considero un deber hacer lo que hago: trasmitir ideas, opiniones e información. Debatir con los lectores, cubanos y no cubanos, es un placer enriquecedor. Es normal que seamos diferentes, que pensemos diferente y que tengamos visiones diferentes. Lo más importante es que compartimos algo muy especial: nuestro amor y desvelo por Cuba, así como nuestra preocupación por su futuro.

Son tan aberrantes los defectos de la Revolución que a veces cuesta trabajo ser objetivo y balancearlos con justeza frente a sus virtudes. Es la causa de que muchos sean hipercríticos, al punto de no ver ni siquiera un solo logro real. Algo exagerado, porque hasta la dictadura de Pinochet tuvo algunos resultados positivos. Lo que pasa es que nada en este mundo justifica una dictadura de ningún tipo: ni la educación ni la salud ni frenar el fascismo ni frenar el comunismo ni siquiera el éxito económico.

Sería el colmo que por miedo al sistema, yo u otro comunicador social alternativo, dejara de escribir. Martí lo dijo bien claro en La Edad de Oro, un libro básico que educa desde la niñez: “Un hombre que oculta lo que piensa no es un hombre honrado. Respetar la ley es un deber ciudadano; pero las leyes injustas, que nacieron a espaldas del pueblo y contra los intereses del pueblo, no son leyes, son edictos espurios. Si hay alguna ley que prohíba ser honrado, entonces prefiero ser encarcelado antes que renunciar a mis derechos naturales”.

Vivir entre paradojas y peligros, sin abandonar los principios elementales que deben guiar la vida de un hombre honrado, es un reto. No somos héroes por ello, ¡para nada! No pertenecemos a las generaciones heroicas del pasado, que ganaron méritos entre sables y pólvora. Nuestra batalla es solo de ideas, pero nuestra causa sigue siendo tan peligrosa, como justa y sagrada: conquistar para Cuba toda la justicia posible.

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